domingo, 23 de octubre de 2016

LAS EDADES ESOTÉRICAS DEL HOMBRE

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En este, como en tantos otros temas, es temerario generalizar. Cada ser humano tiene su destino particular que es como una cuerda hecha con muchísimos hilos de diferentes colores, resistencias, longitudes y ciclos de vida.

Influyen asimismo las decisiones que cada uno toma ante todas las oportunidades y también factores misteriosos que están por encima de todos los «horóscopos», circunstancias y educación. En todas las Religiones Mistéricas de la Antigüedad, desde la Sumeria a la Etrusca, ese «factor X» -que así lo han llamado diferentes pensadores del siglo XX- no es mensurable ni previsible… Sabemos que existe por sus efectos evidentes, pero no sabemos lo que es.

Según Homero y Virgilio, esta Voluntad Ultérrima estaba por encima, no sólo de los hombres, sino también de los Dioses y de todo aquello que podamos concebir… el mundo de lo inteligible, por paradoja, tiene raíz irracional… o pararracional, que en la práctica es lo mismo.

Pero para facilitar ciertas comprensiones, el esoterismo diferencia los años que un hombre puede vivir en ciclos de siete.

Hasta los 7 años: Existe un descenso paulatino de los Principios espirituales, mentales y psicológicos en general. Existe una especie de «Angel de la Guarda» que vigila la entrada del Alma en la encarnación y «suaviza» sus choques con el mundo en el que le toca vivir. Padres, familia y educadores tienen gran importancia. El niño es, salvo excepciones, un ser plástico que responde a los acicates del castigo y la recompensa; necesita autoridad y control permanente que le permitan un aprendizaje instrumental. Si nace en familia cristiana, será cristiano y si en judía, judío, etc. Su contacto con el medio social es una «vacuna» que le permitirá sobrevivir a futuros embates. Necesita cariño, que no es debilidad ni gazmoñería.

Hasta los 14 años: Habiendo sobrevivido a la niñez, entra en una etapa «gozne» y, a través de la fantasía y de la imaginación, se introduce el ser humano en el mundo de los adultos que no acepta ni rechaza totalmente. Está probando. Necesita que le dejen, controladamente, acertar y equivocarse. Su propio Espíritu empieza a manifestarse y crea la imágenes de aparentes rebeldías.

Hasta los 21 años: Pasada la etapa anterior, el Espíritu se manifiesta más fuertemente y se perfila la personalidad y las posibilidades definitivas. Se entra en la plenitud… inmadura. Los roles sexuales se afirman.

Hasta los 28 años: El Espíritu se ha manifestado y el camino para toda la vida se hace evidente. Todo toma formas concretas y se tiende a imponer la propia naturaleza en todos los órdenes.

Hasta los 35 años: Se llega a todas las formas definitivas y la espiritualidad vence o fracasa; ya no habrá cambios de fondo al respecto. Se camina por sendas elegidas y lo que puede variar ahora es la velocidad, aparte de pequeños desplazamientos de los focos de interés y centros de invento. Aunque pueda no parecerlo, la posibilidad de cambios ha quedado atrás y tan sólo se pueden afirmar o debilitar los elementos de la personalidad según la fuerza del Espíritu. Se está en la mitad de la esperanza de vida, en la cumbre de la montaña de esta vida y se empiezan a percibir más claramente paisajes y fuerzas, lo que provoca acción y curiosidad. Los elementos ya existentes se combinan y recombinan en una «segunda juventud».

Hasta los 42 años: Los efectos de la que llamamos «segunda juventud» se hacen perceptibles y se instrumentalizan. Son necesarios logros, conquistas, adquisiciones. Al final del ciclo se empieza a bajar «la montaña biológica» y aparecen conflictos entre el Espíritu, el Alma y la Personalidad. Aquí se definen los valerosos y los cobardes. El desafío de la vida se plantea y replantea.

Hasta los 49 años: Un sentimiento que permaneció casi en latencia se manifiesta: el apuro por plasmar cosas, y éstas serán según la naturaleza de cada uno y su grado de espiritualidad o materialismo. La experiencia individual se ha decantado e influencia fuertemente en los actos, sentimientos e ideas. El cuerpo, por su parte, presenta las características propias de la perdida juventud. Esto no siempre es aceptado y ello hace que esta edad sea especialmente peligrosa para el equilibrio fisiológico y mental.

Hasta los 56 años: Se inicia una doble fuga psicológica hacia atrás y hacia adelante. Se recuerdan los «buenos tiempos» y se proyecta con fuerza para el futuro. El presente se evidencia efímero y débil. Hace falta afianzarlo para cogerse fuertemente a algo. Las posiciones se radicalizan y maduran. Si se ha tomado el camino espiritual, se entra en un período muy fructífero y si no, en un simulacro de nuevas creaciones… que son las mismas de antes, pero mucho más definidas, sólidas… y estáticas.

Hasta los 63 años: El «ocaso» de la vida se hace evidente y todos, de una manera u otra tratan de dejar «cosas hechas» que otorguen seguridad colectiva e individual. Depende de la cultura, carácter y espiritualidad, el grado en que la radicalización de las creencias se plasme en obras realmente útiles. La convivencia se torna cada vez más difícil y se la rechaza a la vez que se la necesita, a veces de manera traumática.


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Hasta los 70 años: Según se hayan ejercitado, algunos principios espirituales se retiran o se afirman. Es el final, el «broche» que puede ser de oro o de hierro. El cuerpo entra en deterioro que pone a prueba la templanza. La idea de la muerte, en sus diversas acepciones, se hace constante. Para algunos, ésta es un último incentivo y para otros la puerta de la desesperación, de la resignación, de la rebeldía (ahora sí auténtica) lo que puede provocar un enfrentamiento consigo mismo y con el entorno físico, psíquico, mental o espiritual.

Si se sobrepasa esta edad, todo pronóstico se hace aventurado, pues los ancianos pueden convertirse en rocas sólidas de maravillosos ejemplos… o en empecinados enemigos de todos y de todo. Por lo general se experimenta una gran soledad, dorada u opaca. La mayor parte no entienden a los más jóvenes y se enfrentan con ellos, envidiando de alguna manera su juventud. Ahora, todo dependerá de la vida que se ha dejado atrás. Leyes de la Naturaleza, absolutistas y dogmáticas, hacen cosechar apresuradamente lo que se ha plantado de forma inexorable.


Si el fin sobreviene por una enfermedad especialmente larga, suelen reaparecer características netamente infantiles. Si no, o si la fuerza espiritual es muy grande, el Espíritu dará sus más bellos esplendores como despedida final, penetrando de nuevo en una realidad íntima y misteriosa, como la de los niños pequeños. Aun estando en este mundo ya no se vive en él.

Intencionalmente, hemos evitado los análisis psico-físicos a la moda y la terminología de nuestro tiempo. No creemos en el psicoanálisis mientras no se reencuentren las claves de una psicosíntesis reconstituyente, optimista y veraz.

Por otra parte, todo lo anterior, si bien obedece en líneas generales a la marcha del tiempo en la vida del Hombre -englobando ambos sexos para abreviar-, insistimos en que es muy esquemático pues no se puede masificar y cada ser humano es un mundo, un misterio, una realidad propia e irrepetible, absolutamente singular.

Esto no descarta la reencarnación, pero confirma que si la cadena es una, sus eslabones son innúmeros, diferentes y que la asociación de los mismos no quita la flexibilidad del conjunto; por eso lo comparamos a una cadena y no a una barra rígida. Espacio y tiempo son coordenadas que se entrelazan pero que no se funden entre sí, pues aunque tienen un Ser idéntico, son a la vez un existir maravillosamente diferente, enfrentado y complementario.

Pero tales son las Viejas Enseñanzas que, bien meditadas, pueden ser útiles a aquellos que, siendo filósofos, buscan conocerse en profundidad.

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JORGE ANGEL LIVRAGA RIZZI

sábado, 8 de octubre de 2016

El Poder de la Mente sobre la materia

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Quizás lo que necesitamos sea una aproximación más bien práctica que teórica al tema del poder de la mente sobre la materia. Este poder es uno, tal vez el más viejo, de los poderes del hombre. Desde que el mundo es mundo, el hombre trató de que la materia le sirviese, le fuese útil, y para lograrlo, no sólo tuvo que trabajarla, sino que primero, tuvo que pensarla. Es el viejo ejemplo del alfarero que primero sueña y piensa su vaso, y luego lucha con la materia que, en general, se resiste en virtud de la inercia que le es propia: la tendencia a caer a la tierra, a participar de aquello de lo cual se levantó.

La mente, en cambio, es la forjadora de la forma. La forma no es estrictamente material, sino mental. Sus raíces son más altas y más espirituales. Para comprender esto, no creo que basten las fuentes occidentales. En Occidente, los estudios de psicología, y aún los de parapsicología, son relativamente nuevos desde el punto de vista científico.

Por ejemplo, ante un fenómeno como el de Uri Geller, los científicos, los parapsicólogos, etc., no se han puesto totalmente de acuerdo. Si en verdad hubiera realmente una ciencia de estudios psicológicos y parapsicológicos, sabríamos a qué atenernos.

Así, ante cualquier fenómeno físico o químico, los científicos ofrecen un conocimiento de la intimidad del mismo pero, si bien la materia es relativamente conocida, la mente no lo es. Su alcance no se conoce suficientemente y, sin embargo, el hombre se caracteriza por poseer mente. En sánscrito por ejemplo, «hombre» se dice como en inglés: «man»; y «Manú» es el hombre por excelencia, es decir, el que dirige hombres, el rey de hombres. Y se habla de «Maná» como el poder de plasmar con la mente cosas, el misterioso poder de Kriyasakti. Y se habla también de que el hombre está constituido en gran parte por el elemento «manas», es decir: «La mente». Para los Orientales, la mente es una suerte de puente o de elemento copulativo entre lo espiritual (purusha) y lo material (pakríti), que se encontrarían unidos y anudados por este elemento mental.

Platón también decía que Dios soñó primero el Universo (arquetipos) y, luego, éste se plasmó; y que nosotros, para poder plasmar las cosas, necesitamos llegar a nuestro propio arquetipo o logos, a nuestro propio mundo de lo inteligible.

Pero veamos: en un sentido más práctico, tenemos una tendencia a confundir la mente con la imaginación. ¿Qué es la mente en sí? Digamos que lo sabemos por experiencia, aunque no lo podamos definir de manera racional.

¿Y dónde termina la materia? No podemos anclarnos en una concepción tipo siglo XIX. No se trata de estudiar en primer lugar la materia, sino más bien nuestra capacidad de conciencia. Las cosas existen para nosotros en cuanto las concienciamos, en cuanto les prestamos atención. De ahí que, desde el punto de vista de la filosofía antigua, se sostiene que la mente es fundamental: participa de una parte material y de una parte espiritual. Para los antiguos indos «manas» tiene dos aspectos: uno no condicionado o «arrupa», y otro, condicionado o «rupa». Si situamos nuestra mente en aquello que es incondicionado, todo lo que está condicionado no nos toca, o nos toca relativamente. Si estamos aferrados a las cosas de la materia, todo nos afecta. El dominio de la mente es fundamental, para dominar la materia.

El primer punto a tener en cuenta es el dominio común de la mente sobre la materia, que sería el ejemplo del alfarero al que aludía antes. En cuanto al dominio fuera de lo común, necesitamos puntualizar que lo milagroso o extraordinario está limitado por nuestra propia posibilidad de captación.

El materialismo se debe a una alienación en la que, en base a los conocimientos técnicos conseguidos, todo se tiñe de materia, aún lo que es inmaterial. ¿Se puede, con el poder de la voluntad, llegar a doblar una cucharilla, si la mente maneja la energía? ¿No podemos con el calor, doblar un metal? Y hoy, sabemos que cosas que son inamovibles para ciertas formas de la materia, no lo son para otras formas de la energía. Sacamos entonces, por deducción, que podemos poner en movimiento fuerzas de la ­naturaleza que hagan que objetos inertes se comporten de manera atípica, es decir, de una manera no común.


Si de la misma forma que hemos desarrollado lengua o garganta, hubiéramos desarrollado la transmisión del pensamiento, ¿no podrían llegar a nosotros, como las palabras, los pensamientos? ¿Cuántos de nosotros no tenemos experiencia de, muchas veces, estar leyendo la mente del que está en frente? ¿de saber lo que está pensando? ¿Y cuántos de nosotros no han tenido la experiencia de saber cuándo a un pariente o una persona querida le pasa algo, y sentirlo como si hubiera sido en nosotros mismos? Es una prueba personal, tangible y objetiva, de la existencia de un mundo mental, de una dimensión en la cual se mueve la mente, porque si hablamos como dicen los Orientales­ de que además de cuerpo físico, tenemos un cuerpo psíquico, otro energético, y un cuerpo mental, cada uno de estos vehículos tendrá que moverse en una dimensión. Seria bueno conocer cómo es esa dimensión de la mente.

Nuestro mental es muy parecido al físico. El mundo físico no es más que un reflejo del mundo mental. Nuestro problema es que a veces no nos damos cuenta, porque el materialismo nos ha cegado, de que necesitamos cuidar ese mundo mental de la misma manera que cuidamos el mundo físico. ¿Quién dedica algo a su parte mental o superior? Así como el ejercicio de un músculo hace que ese músculo pueda tener una determinada fuerza, de la misma manera, si nosotros podemos manejar nuestros elementos mentales, podremos entonces tenerlos depurados. A veces decimos: «No tengo poder mental». Pero no cuidamos nuestra mente; no nos preocupamos de limpiar cada día nuestra mente, lavarla, alimentarla. Si el cuerpo físico se alimenta de cosas físicas, la mente se alimenta de ideas, pero si las alimentamos de ideas corruptas o de pequeñas ideas, lógicamente, la mente podrá apenas tenerse en pie. Si todos los días la alimentáramos y cuidáramos, tendría otra robustez, otra potencia, otra posibilidad.

Los orientales también enseñan que esta mente tiene vehículos inmediatos, que no serían la parte física, sino la parte energética. Enseñan que corren a través de nuestro cuerpo tres energías, que ellos llaman IDA, PINGALA y SUSUMNA. IDA y PINGALA serían las fuerzas positivas y negativas, masculinas y femeninas; SUSUMNA es una fuerza vertical. Las tres energías, debidamente coordinadas, permitirían la realización de esos fenómenos parapsicológicos que, para aquellos que han hecho estos estudios en el Lejano Oriente o que los poseen de manera natural, no tienen ninguna importancia.

Nuestra aplicación del poder de la mente sobre la materia debe darse, no tanto para realizar fenómenos más o menos impresionantes, sino para realizar un fenómeno mucho más humanístico, más personal.

El poder de la mente sobre la materia debe utilizarse para manejarnos a nosotros mismos, para no dejarnos arrastrar por nuestras pasiones, para no lloriquear nuestras enfermedades, para tener sentido de la voluntad, para memorizar lo que leemos, para atrevernos a dar un paso hacia adelante que nos mejore. Ese es el verdadero poder de la mente sobre la materia.

Es obvio que la materia se defiende con su inercia. Lo primero que hay que hacer, para el dominio de la mente sobre la materia, es hacer dos listas básicas: ¿Qué me gusta? ¿Qué no me gusta? Y todos los días, tratar de no entregarse a lo que nos gusta, haciendo una pequeña cosa de lo que no nos gusta; no decir, «abandono», «lo dejo», «desde ahora en adelante, mi mente triunfará sobre la materia». No, eso es estúpido, la materia es inteligente, sabe lo que quiere, sabe a dónde va, sabe de dónde viene, tiene su inteligencia. Antes, la llamaban «diabolismo». Si atacamos directamente nuestros defectos, nuestros defectos se transforman y nos engañan. Tiene que ser poco a poco. Y todo está según dónde ponemos la mente. Lo fundamental está en dirigir la mente, el poder de la imaginación que se torna fantasía cuando orea ideas circulares.

Debemos de controlar esa vida íntima de nuestro interior; tratar de dominar nuestra imaginación para que no se torne una fantasía como un pulpo enloquecido que nos arrastre ¿Cómo diferenciar lo que es propio de uno y del alma , de aquello que se le ha adherido, que se le ha pegado? Aquello que es propio del alma es aquello que dura mucho. Aquello que no dura mucho no es propio del alma.

¿Y qué es lo primero, pues, para conocer el poder de la mente sobre la materia, sobre nuestra propia materia?: hacer algo continuado, hacer algo que tenga un fin; no empezar mil cosas y no terminar ninguna; tratar de entender que todo el Universo va hacia alguna parte,  ¿acaso nos preguntamos en las noches, por qué caminan esos grandes batallones de hormigas? Sabemos que hay mil explicaciones, pero ¿por qué ese ansia de sobrevivir en todas las cosas? ¿Por qué ese ansia de vivir de las estrellas, de las hormigas, de los gusanos, de los hombres?

Porque todo el Universo marcha hacia alguna partePorque toda idea incluso, es como un ser vivo que trata de no morir, trata de vivir y de reproducirse.  Necesitamos tener básicamente ideas puras, sanas y fuertes. Y para ello, sí podemos hacer ejercicios mentales de concentración de la mente, de fijación de la mente, que nos ayudarán a tener un sano discernimiento.

Se trata de tener una nueva forma de ver las cosas…   Que cada uno de nosotros encuentre su montaña interior y, no solamente su montaña interior, sino también ese pasaje que va elevándose hacia la cumbre. Que cada uno de nosotros conozca también la soledad, que conozca un poco del frío interior. Que esa soledad y ese frío espiritual nos calmen la fiebre de nuestro caminar por el mundo. Todos tenemos problemas, todos tenemos angustias, todos tenemos ciertos sentimientos que nos abruman. Necesitamos un poco de paz, necesitamos un poco de descanso; necesitamos no ya un poco, sino un mucho de Fe.

¡FE EN DIOS! ¡FE EN NOSOTROS MISMOS! ¡FE EN QUE HAY ALGO MAS QUE ESTE MUNDO DE CARNE! ¡ FE EN QUE CUANDO MURAMOS, VAMOS A SEGUIR VIVIENDO! ¡FE, EN QUE NO ES TAL VEZ AHORA EL UNICO MOMENTO EN QUE NOS ENCONTRAMOS EN ESTA TIERRA!




Fragmentos de la Conferencia "EL PODER DE LA MENTE SOBRE LA MATERIA"
 JORGE ANGEL LIVRAGA RIZZI

viernes, 7 de octubre de 2016

DESMITIFICACIÓN DE HÉROES Y SANTOS...

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De ninguna manera nosotros nos podemos liberar de las circunstancias históricas en que vivimos haciendo una simple intelectualización; necesitamos primero, poder vivir profundamente la vida que nos toca, poder vivir esta vida que de alguna manera es un gran símbolo. Los árboles, la tierra, los troncos, las luces, son símbolos de cosas escondidas y las ramas que se levantan son símbolos de la voluntad del árbol de verticalizarse. Todos nosotros somos símbolos, de alguna manera, de algo que está más allá. Es decir, somos símbolos, somos presencias exteriores. Y, a veces, nos enseña más un símbolo o una parábola que muchas enseñanzas intelectualizadas. Recordad aquella parábola, la del perro encontrado muerto y putrefacto que todos los que pasaban cerca de él decían: Mira que perro más despreciable; está muerto, ya se deshace, está completamente corrupto, hiede." Y el viejo Maestro, sin embargo, al llegar a su altura, dijo: "Sus dientes son tan blancos como las perlas". El Maestro con una sola parábola, con un solo mito -que los dientes del perro eran como las perlas-, supo dar una enseñanza que ha cruzado los siglos, do una enseñanza que nos ayuda más, a veces, que miles de páginas escritas.

Veamos, por ejemplo, el siguiente acontecimiento histórico: la Batalla de las Termópilas.
Lo importante es el mito, la parte heroica de aquel rey que con trescientos de los suyos supo morir por respetar sus leyes; importa la imagen de ese rey que tenía la devoción de sus hombres, que tanto le amaban y tanta devoción tenían por su propio sentido del deber.
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Estos hombres no temieron a la muerte; estos hombres avanzaron a través del enorme ejército en base a un mito.

Hoy en este momento de desmitificación, en este momento de pequeñez, en este momento de palabras enanas, en este momento de derechos y no de deberes, en este momento en que todo el mundo trata de cuidarse a sí mismo y a aquellas cosas que quiere en un supremo egoísmo, no sabemos admirar esa santidad y ese mito de la madre espartana que en respuesta al hijo que decía tener la espada corta, le replicó: "Pues añade un paso" 

¿Qué ganamos con desmitificar todas las cosas? ¿Qué ganamos con raspar con un bisturí o con un escalpelo el alma de las cosas si el alma de las cosas no se puede atrapar ni con un bisturí ni un escalpelo? ¿Qué ganamos tratando de pesar los imponderables? ¿Qué ganamos demostrándole a un niño pequeño que no existe amor entre sus padres, sino que simplemente ha habido un momento de atracción, o que por un descuido él nació? ¿Qué ganamos enseñándole una serie de cosas -que aprenderá igualmente cuando sea grande- carentes completamente de la poesía que en ellas anida?

En un mundo donde el sexo reemplaza el amor, en un mundo en donde los intereses comerciales reemplazan las verdades, las verdades profundas, y en donde la indecisión reemplaza a la fe, es más necesario que nunca reafirmar esos antiguos mitos y reafirmar esas viejas figuras, ¡Cuánto bien nos hacen aún hoy, por ejemplo, saber que existió una Juana de Arco! ¡Cuánto bien nos hace saber que existió una Santa Teresa de Jesús! ¡Cuánto bien nos hace saber los trabajos que pudieron hacer tantos hombres en beneficio de la Humanidad! ¿Qué ganamos preguntándonos hoy si realmente San Martín era sifilítico o no lo era, y si realmente Bolívar cuando soñaba con una gran América unida lo hacía porque había bebido? ¿Qué son estas corrientes que atacan nuestro sentido de patria, que atacan nuestra fe en Dios, que atacan nuestra confianza en nosotros mismos? ¿Qué son estos vientos que se dicen históricos y que, sin embargo, separan a los hombres de los hombres? ¿Qué son estas cosas que se interponen entre padre e hijo, que atacan los Estados, que vuelcan los altares?

En verdad, debemos tratar de ver qué realidad y qué fuerza tienen los mitos, qué fuerza poderosa y telúrica, qué fuerza grande que viene de dentro hacia afuera, y qué necesidad tenemos de creer en la santidad y en la fuerza de los grandes hombres.

Decía Azorín, el gran Azorín, el inolvidable Azorín, que él buscaba siempre la sombra del Quijote en las planicies de Castilla. ¿Y a cuántos de nosotros no nos hizo bien el Quijote, no nos ha transformado, no nos ha convertido, no nos ha enseñado a soñar?


Necesitamos no desmitificar, necesitamos crear nuevos mitos, necesitamos, amigos míos, re-crear otra vez una forma cultural que nos dé belleza, que nos dé posibilidad de vivir a fondo, como queramos; necesitamos un mundo más imaginativo. 

Hemos desmitificado a nuestros héroes, a nuestros símbolos. Toda esta serie de mecanismos hace que nos hayamos quedado sin patria, sin casa, sin familia, sin Dios, sin Cristo, sin Filosofía.

Ese es nuestro problema, la soledad. Estamos solos como témpanos en medio del mar derritiéndonos poco a poco, carcomidos por abajo y por afuera, porque hemos perdido la capacidad de tener las doradas corazas de los símbolos, porque hemos perdido la capacidad de poder seguir a hombres que fueron grandes, que fueron santos. Y SI YA NO HUBIESE NI UN SOLO HOMBRE SANTO NI UN SOLO HOMBRE GRANDE EN EL MUNDO, TENDRÍAMOS QUE INVENTAR ESE HOMBRE, EN EL AQUÍ Y EN EL AHORA, PARA PODER  MOSTRÁRSELO A NUESTROS DISCÍPULOS, A NUESTROS HIJOS, Y A LAS GENERACIONES NUEVAS PARA QUE SEPAN LEVANTAR LA CABEZA CUANDO CAMINAN. Y aunque hoy no existiesen Termópilas tendríamos que inventarlas y re-crearlas con nuestra poesía y nuestra literatura para que se sepa que no son simples piedras; para que se sepa que hay valores espirituales y valores morales que pueden valer mucho más que la cantidad; y que aunque hoy no pudiésemos encontrar ni reyes ni sabios tendríamos que re-crearlos en nuestra imaginación para tener de nuevo esa vieja dignidad que se le atribuye al Cid, al famoso Cid Campeador, cuando el Rey, acongojado por todos los errores cometidos para con él, de rodillas le dice: "¡Oh, Cid, me he equivocado tanto, he cometido tantos errores!" Y el Cid Campeador le dice: "Señor, mi Rey. Mi Rey no se arrodilla frente a ningún hombre, mi Rey es juzgado tan sólo por Dios, yo no juzgo a mi Rey" Ese hombre tenía un sentido de la dignidad.
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Hoy nosotros juzgamos cualquier cosa. Hoy nosotros ya no sabemos lo que es un Rey, ya no sabemos qué es admirar a alguien, qué es seguir a alguien; no nos seguimos ni siquiera a nosotros mismos; nuestros altares están prácticamente vacíos.


Necesitamos de nuevos mitos que nos iluminen, necesitamos de nuevos ejemplos vivos. Necesitamos otra vez correr con los otros, con el Quijote por los campos de Castilla. Necesitamos otra vez saber y conocer que podemos abatir a los gigantes y convertirlos en molinos de viento. Necesitamos sentir a nuestro lado a Leónidas gritando y asegurando que esta noche vamos a cenar con Plutón y que trescientos espartanos pueden oponerse a un millón de persas. Necesitamos otra vez estar con Gilgamesh, descender al fondo del océano, buscar la planta mágica de la inmortalidad que estaba allá desde antes del Diluvio. Necesitamos otra vez hurgar dentro de nosotros mismos para poder re-crear una nueva sociedad, una nueva patria formada por mujeres y hombres que sean mejores. Eso se lo debemos a los niños, no solamente a los niños que están ahora, sino a los que van a llenar las cunas que todavía están vacías; es nuestro deber histórico frente a la sociedad. Debemos re-crear una nueva "ciudad alta" con sus mitos, con su belleza, con sus santos, con sus héroes. Porque cuando los hombres perdemos mitos, belleza, santos y héroes, nos convertimos no en hombres, sino en humanoides. Necesitamos sentir y expresar nuestra fe interior.


Un hombre se diferencia del animal porque tiene fe y porque tiene vida interior. Un hombre se diferencia de un animal porque sus ojos se llenan de lágrimas frente a un atardecer, porque puede leer una poesía y esa poesía puede ser comunicada a los demás. Un hombre se diferencia de un animal porque puede entender la música, porque puede transferirla. Un hombre se diferencia de un animal porque no le hace falta solamente el sexo, él puede amar más allá de todas las cosas. Un hombre se diferencia de un animal porque no impone la fuerza sobre la dignidad, sino que trata de ayudar a los más débiles para que se levanten. Un hombre se diferencia de un animal porque no solamente se arrodilla para buscar comida hociqueando en el suelo, sino que se arrodilla porque cree en Dios y en una fuerza superior que tiene dentro de sí y grita dentro de su pecho y dentro de su alma: ¡Dios existe!

Para volver a ser hombres en esta realidad, debemos hallar de nuevo nuestros mitos, nuestros héroes, nuestra voz interior. Debemos verticalizarnos y levantarnos en la Nueva Historia -que es una antorcha luminosa- erectos para poder alumbrar el eje de los tiempos; y que aquellos que están alejados y que no tienen la suerte o la desgracia de conocer lo que nosotros conocemos, que no pueden vivir ni nuestra alegría ni nuestro drama, nos vean desde lejos y puedan ver esta antorcha encendida y puedan saber que aquí van a encontrar calor y luz y que en este lugar del mundo los hombres no se pierden, a pesar de la oscuridad que les rodea.

Columna antigua con el fuego ardiendo en la oscuridad. Mystic ilustración Foto de archivo - 28101669

Fragmentos conferencia: 
DESMITIFICACIÓN DE HÉROES Y SANTOS, SUS CONSECUENCIAS 
del Prof. Jorge A. Livraga – 1976