Por qué caen las civilizaciones?
Por lo mismo que caen todas las cosas que se levantan: por desgaste y perversidad. El Ser Humano es aún tan torpe que, como bien dice el Iniciado Platón, es una criatura en estado intermedio entre los animales y los dioses. En realidad, el Hombre es solo un estado de transición. Y, por ende, todas sus obras serán transitorias.
No sabemos exactamente por qué cayeron las civilizaciones antiguas (aunque mis sabios colegas materialistas o teologistas crean tener la respuesta en el bolso); pero, tampoco sabemos exactamente cómo surgieron y por qué. Hay muchas teorías, pero para un filósofo una cosa es una hipótesis de trabajo, otra una teoría, y otra muy distinta una certeza. Los rimbombantes nombres aplicados a las civilizaciones al dividirlas en períodos "Auroral", "Formativo", "Esplendor", etc., no solucionan nada y sirven simplemente para asustar al estudiante que tiene que aprobar sus exámenes. Recuerdo mis años de universidad, cuando en la Facultad de Historia me enfrentaba espantado a una cultura argentina llamada "toldense", con sus docenas de clasificaciones y subclasificaciones, esforzando mi pobre cabeza para ver de manera clara por qué las llamaban así, y presumiendo que debería ser porque vivían bajo tiendas hechas de pieles. ¡Pues no!... Era, simplemente, porque los primeros utensilios los habían descubierto bajo una tienda de un mercachifle ambulante. De allí lo de "toldense", pues a la tienda se le llamaba también carpa y toldo... ¡Los comentarios sobran!
El querer saber por qué caen las civilizaciones es paralelo al conocimiento de por qué todas las cosas mueren y terminan. No es un fenómeno histórico-cultural-humano, sino, simplemente, un fenómeno natural. Las civilizaciones no caen por supuestos pecados contra determinada religión, o por haber utilizado esclavos o máquinas. Lo hacen por viejas, como cada uno de los humanos al paso del misterioso tiempo que desgasta sus células, sus tejidos y sus órganos.
Y así como el alma humana individual necesita liberarse de ese cuerpo viejo, también el alma de una civilización necesita liberarse de las formas caducadas que la encierran. Ambos reencarnarán en esta misma Tierra, con cuerpos nuevos, para cursar una nueva experiencia vital, acumulando nuevos aciertos y nuevos errores. Esto se traduce en una experiencia individual y/o colectiva que, con los millones de años, nos llevará a todos a ese estado divino del que nos habla Platón. Y así como hay seres humanos que pueden morir siendo niños, por una enfermedad o malformación, otros por accidente en plena juventud, y aun otros abortan antes de nacer realmente, así y no de otra manera es la ley que rige a las civilizaciones, tengan la forma política, religiosa, social o económica que tengan.
¿Son mejores las civilizaciones que han durado más?
No siempre, como no siempre es mejor el hombre o la mujer que llega a la ancianidad. Claro que tampoco esto es exclusivo y absoluto, pues hubo un anciano que se llamó Tintoretto y hubo una larguísima civilización que se llamó Egipto.
Todas las civilizaciones tienen padre y madre, hermanos y tíos..., en resumen: familia. Conforman una etnia determinada, como los semitas o los arios.
También casi todas las civilizaciones tienen hijos si logran llegar a la madurez, como pasó con las del Egeo Oriental, que parieron a Roma, cruzando griegos con troyanos. Otras, como los mayas, no lo lograron directamente y fueron recreándose a sí mismos desde los prehistóricos, contemporáneos de los olmecas, hasta los de Mayapán, contemporáneos del Padre Las Casas, en el siglo XVI. Es propio de la actitud filosófica que proponemos considerar a las civilizaciones, a las repúblicas, reinos e imperios como lo que son: conjuntos de seres humanos. Y como tales, han de vivir las contingencias de estar vivos, del nacer y del morir.
Entonces... ¿es que la actual forma de civilización en que vivimos ha de morir? Sí, inexorablemente... tanto como que ha de morir quien escribe estas líneas y quienes las leen.
¿Está próxima nuestra civilización a su muerte? Según lo que someramente hemos visto, sí, como murieron la llamada civilización clásica y la civilización medieval. O sea, tras un período de confusión y mezcla, se irá conformando una nueva civilización sobre las ruinas de la nuestra. Pero es probable que individualmente no nos afecte de manera directa a nosotros más de lo que nos afecta ahora. Los eternos catastrofistas y profetas del fin del mundo, si es que presienten algo, lo hacen de manera tan oscura que es prácticamente imposible comprenderlos, como ha pasado con las profecías de Nostradamus, aplicadas primero a la Revolución Francesa del siglo XVIII, luego a Napoleón I en el siglo XIX, más tarde a los actores principales de la Primera Guerra Mundial y, finalmente, a los de la Segunda. Y no faltan los que tratan de encontrarle sentido referente a los años que vivimos ahora.
El fin de una civilización siempre se asoció, para los que viven inmersos en ella, con el fin del mundo, como les ocurrió a los galileos y cristianos en los comienzos del primer milenio de nuestra era. Pero esto no pasa de ser una exageración de exaltados. Aún la Madre Tierra tendrá que soportar numerosas formas civilizatorias, edades medias, y hasta tal vez edades de piedra... ¿Quién lo sabe?
Jorge Angel Livraga Rizzi
Publicado Oct. 1993
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