Aristóteles creía firmemente en la finalidad: todo el mundo tiene un propósito en la
vida y la felicidad duradera se alcanza realizándolo. Todos tenemos talentos y
capacidades, y cultivándolos virtuosamente nos realizamos
Al igual que Buda y Confucio, Aristóteles era optimista con la naturaleza
humana. Si bien nuestros genes desempeñan un papel dominante en la
determinación de nuestros rasgos físicos e incluso psicológicos, es evidente que
las virtudes y los vicios se parecen a buenas y malas costumbres,
respectivamente. Las buenas costumbres se pueden adquirir; las malas, se
pueden vencer. Aunque eso se diga pronto, merece la pena intentarlo, y la filosofía
de Aristóteles nos dice por qué. Como destacó en sus Éticas: «Así, el adquirir un
modo de ser de tal o cual manera desde la juventud tiene no poca
importancia, sino muchísima, o mejor aún, total.» ¿Para qué? Para una
felicidad duradera.***
La virtud no reside en su titulación profesional; reside en realizar bien su
trabajo. Sea cual sea el trabajo que usted acometa, debería esforzarse por hacerlo
bien. Y si tiene la suerte de adorar su trabajo, es decir, si lo que hace le permite
expresar sus talentos individuales, seguro que podrá cumplir con sus obligaciones
de una forma meritoria y virtuosa
Su realización personal no
depende de cuánto talento tengan, sino de que lo desarrollen en todo su potencial.
El mismo razonamiento es aplicable a cualquier ámbito: música,
matemática, medicina, partería, hacer el amor, cortar el césped o mezclar
cemento. Si bien hay diferencias en la clase de talentos necesarios para hacer
bien estas cosas, no hay diferencia en la realización que experimentamos
haciéndolas bien. Es cierto que Aristóteles considera que la vida contemplativa es
la que más favorece una felicidad duradera, y esto guarda un paralelismo tanto
con la tradición budista como con la confuciana. Al mismo tiempo, los filósofos
ABC recalcan que ningún trabajo es degradante en sí mismo.
Una persona virtuosa se esfuerza por hacer
bien las cosas, y con atención
La felicidad no es
un objeto que se pueda buscar, como tampoco es una presa que se pueda
atrapar. Al contrario, las personas que buscan la felicidad terminan atrapando
infelicidad. La virtud y el mérito están dentro de usted, no fuera. Su realización
procede del cultivo de estos atributos, no de su deseo de atrapar el espejismo de
la felicidad
El Cielo y el Infierno están
aquí en la Tierra; y en cualquier instante usted puede experimentar la alegría y la
paz de la realización perdurable o, si lo prefiere o insiste en ello, el tormento y las
contradicciones de la insatisfacción perdurable.
Si usted piensa que «felicidad»
significa placer o euforia, seguro que no habrá tardado en familiarizarse con la
infelicidad. La mayoría de las personas que buscan la felicidad a través del placer
y la euforia se sienten cada vez más desgraciadas.
Aristotélicamente hablando, existe una clase de felicidad
«sostenible» o perdurable que no depende de cosas externas ni de otras personas, sino de la mejora personal a través de la práctica de la virtud. El término
aristotélico para esta felicidad sostenible es «eudemonia».
Nadie puede arrebatarle esta clase de felicidad sostenible. Usted puede
perder a su familia, su empleo, su coche, sus posesiones, incluso la vida. Pero no
puede perder su realización. Si muere realizado, ha tenido una vida buena; la
mejor vida posible, según Aristóteles.
La proporción áurea de Aristóteles procura una brújula moral con la que los
individuos pueden navegar por sus vidas cotidianas. ¿Cuál es el destino de tal
viaje? Para Aristóteles, la principal finalidad de practicar las virtudes es ésta: nos
ayudan a realizarnos en la vida. De hecho, Aristóteles, Buda y Confucio coinciden
todos en este punto fundamental.
Aristóteles elogiaría sin ninguna duda la
alianza de la fe y la razón que estimuló la genialidad científica de Newton, Darwin
y Einstein, todos los cuales creyeron con devoción, aunque cada vez más en
contra de la moda, en un poder superior al intelecto humano. Una vez más, la
proporción áurea es una guía útil para nivelar estas dos poderosas fuerzas, fe y
razón, que están siempre presentes y a menudo reñidas en la conciencia humana
Las culturas que hacen demasiado hincapié en la religión y demasiado poco
en la ciencia no se desarrollan por vías que permiten el pleno desarrollo humano.
El proceso central de la ética aristotélica, como hemos mencionado,
consiste en alcanzar la felicidad desarrollando nuestro potencial y cultivando
nuestras virtudes, conforme a la moderación.
El concepto aristotélico de realización individual
requiere la tolerancia de la no uniformidad e incluso de la no conformidad en una
sociedad dada, para que las personas puedan expresar su individualidad.
Aristóteles escribió: «Porque tanto el carpintero como el geómetra investigan
el ángulo recto desde varios puntos de vista: el primero lo efectúa en cuanto
que el ángulo recto le es útil para su trabajo; mientras que el segundo
inquiere lo que es o qué género de cosa es, porque es espectador de la
verdad.» Qué atractivas son las Éticas de Aristóteles: nos invitan a contemplar el
mayor espectáculo del mundo, la verdad.
La virtud de la moderación puede tolerar extremos tolerantes que se eligen
voluntariamente, pero que no tratan de imponerse por la fuerza a los demás. Sin
embargo, la virtud de la moderación no puede tolerar los extremos intolerantes,
porque éstos utilizan la tolerancia de la moderación como un arma contra ella
misma. Los extremistas no atacan nuestros vicios, sino nuestras virtudes, tales
como la moderación en la libertad, confianza y tolerancia que concedemos a
nuestros congéneres. La moderación y la tolerancia fueron los principales
objetivos de los atentados del 11-S, al igual que lo son en todos los bombardeos
suicidas de esta clase, sean grandes o pequeños.
LOU MARINOFF fragmentos EL ABC de la FELICIDAD
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