De ninguna manera nosotros nos podemos liberar de las circunstancias históricas en que vivimos haciendo una simple intelectualización; necesitamos primero, poder vivir profundamente la vida que nos toca, poder vivir esta vida que de alguna manera es un gran símbolo. Los árboles, la tierra, los troncos, las luces, son símbolos de cosas escondidas y las ramas que se levantan son símbolos de la voluntad del árbol de verticalizarse. Todos nosotros somos símbolos, de alguna manera, de algo que está más allá. Es decir, somos símbolos, somos presencias exteriores. Y, a veces, nos enseña más un símbolo o una parábola que muchas enseñanzas intelectualizadas. Recordad aquella parábola, la del perro encontrado muerto y putrefacto que todos los que pasaban cerca de él decían: Mira que perro más despreciable; está muerto, ya se deshace, está completamente corrupto, hiede." Y el viejo Maestro, sin embargo, al llegar a su altura, dijo: "Sus dientes son tan blancos como las perlas". El Maestro con una sola parábola, con un solo mito -que los dientes del perro eran como las perlas-, supo dar una enseñanza que ha cruzado los siglos, do una enseñanza que nos ayuda más, a veces, que miles de páginas escritas.
Veamos, por ejemplo, el siguiente acontecimiento histórico: la Batalla de las Termópilas.
Lo importante es el mito, la parte heroica de aquel rey que con trescientos de los suyos supo morir por respetar sus leyes; importa la imagen de ese rey que tenía la devoción de sus hombres, que tanto le amaban y tanta devoción tenían por su propio sentido del deber.
Estos hombres no temieron a la muerte; estos hombres avanzaron a través del enorme ejército en base a un mito.
Hoy en este momento de desmitificación, en este momento de pequeñez, en este momento de palabras enanas, en este momento de derechos y no de deberes, en este momento en que todo el mundo trata de cuidarse a sí mismo y a aquellas cosas que quiere en un supremo egoísmo, no sabemos admirar esa santidad y ese mito de la madre espartana que en respuesta al hijo que decía tener la espada corta, le replicó: "Pues añade un paso"
¿Qué ganamos con desmitificar todas las cosas? ¿Qué ganamos con raspar con un bisturí o con un escalpelo el alma de las cosas si el alma de las cosas no se puede atrapar ni con un bisturí ni un escalpelo? ¿Qué ganamos tratando de pesar los imponderables? ¿Qué ganamos demostrándole a un niño pequeño que no existe amor entre sus padres, sino que simplemente ha habido un momento de atracción, o que por un descuido él nació? ¿Qué ganamos enseñándole una serie de cosas -que aprenderá igualmente cuando sea grande- carentes completamente de la poesía que en ellas anida?
En un mundo donde el sexo reemplaza el amor, en un mundo en donde los intereses comerciales reemplazan las verdades, las verdades profundas, y en donde la indecisión reemplaza a la fe, es más necesario que nunca reafirmar esos antiguos mitos y reafirmar esas viejas figuras, ¡Cuánto bien nos hacen aún hoy, por ejemplo, saber que existió una Juana de Arco! ¡Cuánto bien nos hace saber que existió una Santa Teresa de Jesús! ¡Cuánto bien nos hace saber los trabajos que pudieron hacer tantos hombres en beneficio de la Humanidad! ¿Qué ganamos preguntándonos hoy si realmente San Martín era sifilítico o no lo era, y si realmente Bolívar cuando soñaba con una gran América unida lo hacía porque había bebido? ¿Qué son estas corrientes que atacan nuestro sentido de patria, que atacan nuestra fe en Dios, que atacan nuestra confianza en nosotros mismos? ¿Qué son estos vientos que se dicen históricos y que, sin embargo, separan a los hombres de los hombres? ¿Qué son estas cosas que se interponen entre padre e hijo, que atacan los Estados, que vuelcan los altares?
En verdad, debemos tratar de ver qué realidad y qué fuerza tienen los mitos, qué fuerza poderosa y telúrica, qué fuerza grande que viene de dentro hacia afuera, y qué necesidad tenemos de creer en la santidad y en la fuerza de los grandes hombres.
Decía Azorín, el gran Azorín, el inolvidable Azorín, que él buscaba siempre la sombra del Quijote en las planicies de Castilla. ¿Y a cuántos de nosotros no nos hizo bien el Quijote, no nos ha transformado, no nos ha convertido, no nos ha enseñado a soñar?
Necesitamos no desmitificar, necesitamos crear nuevos mitos, necesitamos, amigos míos, re-crear otra vez una forma cultural que nos dé belleza, que nos dé posibilidad de vivir a fondo, como queramos; necesitamos un mundo más imaginativo.
Hemos desmitificado a nuestros héroes, a nuestros símbolos. Toda esta serie de mecanismos hace que nos hayamos quedado sin patria, sin casa, sin familia, sin Dios, sin Cristo, sin Filosofía.
Ese es nuestro problema, la soledad. Estamos solos como témpanos en medio del mar derritiéndonos poco a poco, carcomidos por abajo y por afuera, porque hemos perdido la capacidad de tener las doradas corazas de los símbolos, porque hemos perdido la capacidad de poder seguir a hombres que fueron grandes, que fueron santos. Y SI YA NO HUBIESE NI UN SOLO HOMBRE SANTO NI UN SOLO HOMBRE GRANDE EN EL MUNDO, TENDRÍAMOS QUE INVENTAR ESE HOMBRE, EN EL AQUÍ Y EN EL AHORA, PARA PODER MOSTRÁRSELO A NUESTROS DISCÍPULOS, A NUESTROS HIJOS, Y A LAS GENERACIONES NUEVAS PARA QUE SEPAN LEVANTAR LA CABEZA CUANDO CAMINAN. Y aunque hoy no existiesen Termópilas tendríamos que inventarlas y re-crearlas con nuestra poesía y nuestra literatura para que se sepa que no son simples piedras; para que se sepa que hay valores espirituales y valores morales que pueden valer mucho más que la cantidad; y que aunque hoy no pudiésemos encontrar ni reyes ni sabios tendríamos que re-crearlos en nuestra imaginación para tener de nuevo esa vieja dignidad que se le atribuye al Cid, al famoso Cid Campeador, cuando el Rey, acongojado por todos los errores cometidos para con él, de rodillas le dice: "¡Oh, Cid, me he equivocado tanto, he cometido tantos errores!" Y el Cid Campeador le dice: "Señor, mi Rey. Mi Rey no se arrodilla frente a ningún hombre, mi Rey es juzgado tan sólo por Dios, yo no juzgo a mi Rey" Ese hombre tenía un sentido de la dignidad.
Hoy nosotros juzgamos cualquier cosa. Hoy nosotros ya no sabemos lo que es un Rey, ya no sabemos qué es admirar a alguien, qué es seguir a alguien; no nos seguimos ni siquiera a nosotros mismos; nuestros altares están prácticamente vacíos.
Necesitamos de nuevos mitos que nos iluminen, necesitamos de nuevos ejemplos vivos. Necesitamos otra vez correr con los otros, con el Quijote por los campos de Castilla. Necesitamos otra vez saber y conocer que podemos abatir a los gigantes y convertirlos en molinos de viento. Necesitamos sentir a nuestro lado a Leónidas gritando y asegurando que esta noche vamos a cenar con Plutón y que trescientos espartanos pueden oponerse a un millón de persas. Necesitamos otra vez estar con Gilgamesh, descender al fondo del océano, buscar la planta mágica de la inmortalidad que estaba allá desde antes del Diluvio. Necesitamos otra vez hurgar dentro de nosotros mismos para poder re-crear una nueva sociedad, una nueva patria formada por mujeres y hombres que sean mejores. Eso se lo debemos a los niños, no solamente a los niños que están ahora, sino a los que van a llenar las cunas que todavía están vacías; es nuestro deber histórico frente a la sociedad. Debemos re-crear una nueva "ciudad alta" con sus mitos, con su belleza, con sus santos, con sus héroes. Porque cuando los hombres perdemos mitos, belleza, santos y héroes, nos convertimos no en hombres, sino en humanoides. Necesitamos sentir y expresar nuestra fe interior.
Veamos, por ejemplo, el siguiente acontecimiento histórico: la Batalla de las Termópilas.
Lo importante es el mito, la parte heroica de aquel rey que con trescientos de los suyos supo morir por respetar sus leyes; importa la imagen de ese rey que tenía la devoción de sus hombres, que tanto le amaban y tanta devoción tenían por su propio sentido del deber.
Estos hombres no temieron a la muerte; estos hombres avanzaron a través del enorme ejército en base a un mito.
Hoy en este momento de desmitificación, en este momento de pequeñez, en este momento de palabras enanas, en este momento de derechos y no de deberes, en este momento en que todo el mundo trata de cuidarse a sí mismo y a aquellas cosas que quiere en un supremo egoísmo, no sabemos admirar esa santidad y ese mito de la madre espartana que en respuesta al hijo que decía tener la espada corta, le replicó: "Pues añade un paso"
¿Qué ganamos con desmitificar todas las cosas? ¿Qué ganamos con raspar con un bisturí o con un escalpelo el alma de las cosas si el alma de las cosas no se puede atrapar ni con un bisturí ni un escalpelo? ¿Qué ganamos tratando de pesar los imponderables? ¿Qué ganamos demostrándole a un niño pequeño que no existe amor entre sus padres, sino que simplemente ha habido un momento de atracción, o que por un descuido él nació? ¿Qué ganamos enseñándole una serie de cosas -que aprenderá igualmente cuando sea grande- carentes completamente de la poesía que en ellas anida?
En un mundo donde el sexo reemplaza el amor, en un mundo en donde los intereses comerciales reemplazan las verdades, las verdades profundas, y en donde la indecisión reemplaza a la fe, es más necesario que nunca reafirmar esos antiguos mitos y reafirmar esas viejas figuras, ¡Cuánto bien nos hacen aún hoy, por ejemplo, saber que existió una Juana de Arco! ¡Cuánto bien nos hace saber que existió una Santa Teresa de Jesús! ¡Cuánto bien nos hace saber los trabajos que pudieron hacer tantos hombres en beneficio de la Humanidad! ¿Qué ganamos preguntándonos hoy si realmente San Martín era sifilítico o no lo era, y si realmente Bolívar cuando soñaba con una gran América unida lo hacía porque había bebido? ¿Qué son estas corrientes que atacan nuestro sentido de patria, que atacan nuestra fe en Dios, que atacan nuestra confianza en nosotros mismos? ¿Qué son estos vientos que se dicen históricos y que, sin embargo, separan a los hombres de los hombres? ¿Qué son estas cosas que se interponen entre padre e hijo, que atacan los Estados, que vuelcan los altares?
En verdad, debemos tratar de ver qué realidad y qué fuerza tienen los mitos, qué fuerza poderosa y telúrica, qué fuerza grande que viene de dentro hacia afuera, y qué necesidad tenemos de creer en la santidad y en la fuerza de los grandes hombres.
Decía Azorín, el gran Azorín, el inolvidable Azorín, que él buscaba siempre la sombra del Quijote en las planicies de Castilla. ¿Y a cuántos de nosotros no nos hizo bien el Quijote, no nos ha transformado, no nos ha convertido, no nos ha enseñado a soñar?
Necesitamos no desmitificar, necesitamos crear nuevos mitos, necesitamos, amigos míos, re-crear otra vez una forma cultural que nos dé belleza, que nos dé posibilidad de vivir a fondo, como queramos; necesitamos un mundo más imaginativo.
Hemos desmitificado a nuestros héroes, a nuestros símbolos. Toda esta serie de mecanismos hace que nos hayamos quedado sin patria, sin casa, sin familia, sin Dios, sin Cristo, sin Filosofía.
Ese es nuestro problema, la soledad. Estamos solos como témpanos en medio del mar derritiéndonos poco a poco, carcomidos por abajo y por afuera, porque hemos perdido la capacidad de tener las doradas corazas de los símbolos, porque hemos perdido la capacidad de poder seguir a hombres que fueron grandes, que fueron santos. Y SI YA NO HUBIESE NI UN SOLO HOMBRE SANTO NI UN SOLO HOMBRE GRANDE EN EL MUNDO, TENDRÍAMOS QUE INVENTAR ESE HOMBRE, EN EL AQUÍ Y EN EL AHORA, PARA PODER MOSTRÁRSELO A NUESTROS DISCÍPULOS, A NUESTROS HIJOS, Y A LAS GENERACIONES NUEVAS PARA QUE SEPAN LEVANTAR LA CABEZA CUANDO CAMINAN. Y aunque hoy no existiesen Termópilas tendríamos que inventarlas y re-crearlas con nuestra poesía y nuestra literatura para que se sepa que no son simples piedras; para que se sepa que hay valores espirituales y valores morales que pueden valer mucho más que la cantidad; y que aunque hoy no pudiésemos encontrar ni reyes ni sabios tendríamos que re-crearlos en nuestra imaginación para tener de nuevo esa vieja dignidad que se le atribuye al Cid, al famoso Cid Campeador, cuando el Rey, acongojado por todos los errores cometidos para con él, de rodillas le dice: "¡Oh, Cid, me he equivocado tanto, he cometido tantos errores!" Y el Cid Campeador le dice: "Señor, mi Rey. Mi Rey no se arrodilla frente a ningún hombre, mi Rey es juzgado tan sólo por Dios, yo no juzgo a mi Rey" Ese hombre tenía un sentido de la dignidad.
Hoy nosotros juzgamos cualquier cosa. Hoy nosotros ya no sabemos lo que es un Rey, ya no sabemos qué es admirar a alguien, qué es seguir a alguien; no nos seguimos ni siquiera a nosotros mismos; nuestros altares están prácticamente vacíos.
Necesitamos de nuevos mitos que nos iluminen, necesitamos de nuevos ejemplos vivos. Necesitamos otra vez correr con los otros, con el Quijote por los campos de Castilla. Necesitamos otra vez saber y conocer que podemos abatir a los gigantes y convertirlos en molinos de viento. Necesitamos sentir a nuestro lado a Leónidas gritando y asegurando que esta noche vamos a cenar con Plutón y que trescientos espartanos pueden oponerse a un millón de persas. Necesitamos otra vez estar con Gilgamesh, descender al fondo del océano, buscar la planta mágica de la inmortalidad que estaba allá desde antes del Diluvio. Necesitamos otra vez hurgar dentro de nosotros mismos para poder re-crear una nueva sociedad, una nueva patria formada por mujeres y hombres que sean mejores. Eso se lo debemos a los niños, no solamente a los niños que están ahora, sino a los que van a llenar las cunas que todavía están vacías; es nuestro deber histórico frente a la sociedad. Debemos re-crear una nueva "ciudad alta" con sus mitos, con su belleza, con sus santos, con sus héroes. Porque cuando los hombres perdemos mitos, belleza, santos y héroes, nos convertimos no en hombres, sino en humanoides. Necesitamos sentir y expresar nuestra fe interior.
Un hombre se diferencia del animal porque tiene fe y porque tiene vida interior. Un hombre se diferencia de un animal porque sus ojos se llenan de lágrimas frente a un atardecer, porque puede leer una poesía y esa poesía puede ser comunicada a los demás. Un hombre se diferencia de un animal porque puede entender la música, porque puede transferirla. Un hombre se diferencia de un animal porque no le hace falta solamente el sexo, él puede amar más allá de todas las cosas. Un hombre se diferencia de un animal porque no impone la fuerza sobre la dignidad, sino que trata de ayudar a los más débiles para que se levanten. Un hombre se diferencia de un animal porque no solamente se arrodilla para buscar comida hociqueando en el suelo, sino que se arrodilla porque cree en Dios y en una fuerza superior que tiene dentro de sí y grita dentro de su pecho y dentro de su alma: ¡Dios existe!
Para volver a ser hombres en esta realidad, debemos hallar de nuevo nuestros mitos, nuestros héroes, nuestra voz interior. Debemos verticalizarnos y levantarnos en la Nueva Historia -que es una antorcha luminosa- erectos para poder alumbrar el eje de los tiempos; y que aquellos que están alejados y que no tienen la suerte o la desgracia de conocer lo que nosotros conocemos, que no pueden vivir ni nuestra alegría ni nuestro drama, nos vean desde lejos y puedan ver esta antorcha encendida y puedan saber que aquí van a encontrar calor y luz y que en este lugar del mundo los hombres no se pierden, a pesar de la oscuridad que les rodea.
Fragmentos conferencia:
DESMITIFICACIÓN DE HÉROES Y SANTOS, SUS CONSECUENCIAS
del Prof. Jorge A. Livraga – 1976
DESMITIFICACIÓN DE HÉROES Y SANTOS, SUS CONSECUENCIAS
del Prof. Jorge A. Livraga – 1976
1 comentario:
Y nuestra imaginacion, no la fantasia desquiciada, nos va a saber guiar otra vez a los Heroes y misticos que sirven de ejemplo para un vivir ilusionados y que aporte verdad y belleza a este mundo materializado e infeliz. Ensalzano al heroe cotidiano. al que lo da todo por su Patria y su vida misma es un canto a la amistad y al bien, recuerdo vivamente el veterano de la guerra de Malvinas, que echo a sus compañeros de una encerrona en pleno combate del ejercito ingles diciendo " yo soy solo, repliegense Uds. que tenen familia y hijos..." fue condecorado luego por su "Valor" y siempre sera ejemplo. Queremos vivir dignamente, valientemente y descansar un dia en la Gracia de Dios!!!!
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