"El diablo no existe...aunque el hombre,
con sus maldades, a veces lo parezca"
Jorge A. Livraga
Es en la pasada Edad Media, período de cambio y crisis de valores, cuando aparece la figura de Satán con toda su carga de poder ilimitado e irresistible. Como si el vacío que vive este hombre, la falta de una moral firme y consciente, le hiciera sentirse un pelele en manos de las fuerzas externas e internas a las que se siente sometido por falta de poder y de voluntad.
En las culturas antiguas también encontramos representaciones del mal, de los poderes de la materia. Demonios o espíritus
de la naturaleza, monstruos que están para ser vencidos y dominados por el
hombre, como símbolos de sus potencias inferiores. Existe el mal concebido como
sequía, esterilidad, falta de fe, de valor, infelicidad, injusticia, enfermedad o tristeza.
Y hay distintos amuletos, purificaciones para alejarlo, pero este hombre
de la antigüedad siente y sabe que existen otros poderes en sus sacerdotes, en la
naturaleza, en él mismo, que pueden protegerle del mal.
Cuando los hombres
viven un momento de decadencia, de pérdida de valores humanos con que regir sus
vidas, su mente y su psique se desequilibran, y en esa falta de principios y
fines surge el caos, el terror o el desconcierto. Y así se comienza a hablar de
nuevo de demonios, posesiones, brujos, supersticiones, males que nos acechan por
todas partes, como si el hombre intuyera la consecuencia de sus actos
equívocos.
Y comienza a
hablarse con profusión de posesiones, endemoniados, y a todo ser viviente
con algún rasgo extraño físico, psíquico o mental, se le coloca la etiqueta de
satánico. La solución, según la Iglesia, para estos males que como la peste se
contagian rápidamente y se extienden, no es otra que el fuego “purificador”,
que liberará al poseso de ese espíritu que le tiene sojuzgado.
Más de 100.000
personas son quemadas en las hogueras de la Inquisición acusadas de
endemoniados de un modo u otro. A veces el hecho que lleva a una persona a este horrendo fin, es el terrible “delito” de ser más sabio que los demás, conocer y
poseer secretos de la naturaleza que los demás desconocen, pues para la
Iglesia es signo de Pacto con el demonio y deseos de hacer el mal.
En otros la falta
de una sólida moral les ha hecho presa de obsesiones. Incubos o súcubos, formas
masculinas o femeninas que según la Curia adopta Satán (el "morador del umbral" o larvas astrales) para cohabitar con
mujeres u hombres y tentarles a través del sexo. Estas fantasías corren por toda Europa y no
hay monasterio en que ellos no penetren y ganen las almas de sacerdotes y
monjas.
Más tarde se
descubre que la mayoría de los endemoniados eran simplemente enfermos o gente
ignorante que llegó a la brujería como un modo de supervivencia. Otros, como
decíamos, por el peligro que representaban para la Iglesia, por el saber que
poseían e intentaban trasmitir. La mayoría, simplemente enfermos.
Poco a poco, vamos
surgiendo de esta larga y terrible noche, llena de pesadillas, que fue la Edad
Media pasada. Y la ciencia va a darnos otras explicaciones, se desecha a la
idea del demonio y su cohorte, y se comenzará a hablar de enfermedades
psíquicas o mentales, desequilibrios internos. Pero tampoco el psicoanálisis
nos da las respuestas. Nos pone ante el inconsciente pero no nos ayuda gran
cosa a comprender e integrar estos factores relegados por la conciencia. Y
surgen las preguntas: ¿cuándo, por qué, cómo integrarlos de forma sana y
positiva? La hipnosis ayuda algo, pero el hombre no acaba de saber integrar
todos los elementos de su personalidad, al empeñarse en negar otros aspectos
superiores del Ser que podrían trasmutar los inferiores, dándoles su correcta
expresión, en un trabajo interno de “transmutación” de la oscuridad en luz, de
la ignorancia en conocimiento.
Freud, a través de
la Psicología, redescubre el inconsciente, esa parte oculta de nuestra psiquis,
y achaca todos estos problemas de neurosis, a la represión sexual sufrida
durante tantos siglos. Comprueba por sus pacientes que la represión produce
alucinaciones compensatorias de la psiquis que la mayoría veía como efectos de
la posesión de los cuerpos por el demonio. En otros casos, el excesivo
cansancio, tensiones, frustraciones, miedos, la falta de buena alimentación,
producían también estas alucinaciones, como efecto de un cuerpo debilitado y
carente de defensas.
La idea del sexto
mandamiento, en donde el sexo se ve como pecado, estaba tan fuertemente imbuida
en las mentes de la gente, que la resultante fue, ante la represión y el miedo
al infierno, la disculpa de la posesión, o la real posesión del deseo
corporizado en imágenes.
Hoy, en plena época
de liberación sexual, vuelven a surgir las posesiones diabólicas, y uno se
pregunta; si hoy no hay problema represivo, ¿no será que ahora la causa no esté
en el defecto que llevaba a las alucinaciones, sino en el exceso que lleva a la
debilidad y la permeabilidad que esto produce a todo tipo de fuerzas externas
negativas?
¡Qué sabios los
filósofos antiguos cuando aconsejaban aquello de “nada en exceso” o la
necesidad de conocer nuestras pasiones si queremos superarlas a través de la
razón y la voluntad!.
Jung nos dice que
al volver estéril la imaginación y el espíritu por no usarlos, nuestra psiquis
queda descompensada y así entra en contacto con zonas de la naturaleza que de
otra forma le hubieran estado vedadas. Esto mismo nos diría el gran filósofo G.
Bruno y el divino Platón, que según hacia donde dirigimos el “ojo” de nuestra
mente, podemos ver, captar y despertar fuerzas muy distintas, observando
panoramas muy diferentes.
No encontramos
jamás en la antigüedad el símbolo de un poder que represente el Mal absoluto,
pues entonces no habría lugar para el Bien. Todo lo contrario, lo único
absoluto es el Bien Supremo, que emana de sí la Creación dual, compuesta de la
materia: el vehículo y el Espíritu universal, vivificándola y manifestándose a
través de ella. Esta dualidad está
presente en toda la creación, en donde estos dos principios (luz, oscuridad) se complementan como el yin, yan. Estas dos fuerzas en lucha producen la dinámica del devenir de
todas las cosas manifestadas, en busca de su perfección o liberación de este
estado material temporal, siendo ambas necesarias en el proceso de evolución
El mal es entonces,
para la filosofía atemporal, carencia de bien o de luz, alejamiento de la
fuente primera, identificación de la conciencia con sus vehículos materiales, y
apego a los placeres que ella puede proporcionar. Se convierte, de este modo, en símbolo
de ceguera y falta de discernimiento, al no poder el hombre, en esta situación,
distinguir entre la ilusión y la Realidad.
Encontramos símbolos de estos poderes de la Materia que existían como
pruebas y vehículos de perfeccionamiento. Aparece en India, por ejemplo,
“Maya”, como símbolo de la Naturaleza sensible que con sus encantos nos impide
ver tras los velos las Leyes de la Naturaleza, como si su propósito fuese
probar con sus fuerzas las nuestras, ver hasta dónde llega nuestro
conocimiento, valor y voluntad.
En un principio hubo
una clara diferencia entre Satán y Lucifer en los escritos de la tradición
católica. Lucifer era el Ángel Rebelde, que por Amor baja a la tierra, a darles
a los hombres la Sabiduría superior. Y Satán era el “Adversario”, en Egipto lo encontramos como Seth (el que prueba). Pero con el
tiempo se confundieron y pasaron a representar los dos la misma cosa; el
“Maligno” devorador de almas.
¿Qué es en general
el satanismo hoy? Diríamos que el camino fácil del culto a la debilidad, al
miedo, a los placeres mundanos. Los satánicos afirman que el “diablo” está
dentro de todo ser humano; por lo tanto se invocan los propios deseos
inconscientes para alentar la satisfacción de los mismos. Cultivan la venganza,
los vicios, las pasiones, la codicia, el egoísmo, la supervivencia del fuerte
sobre el débil. Según esto, aunque no pertenezcan a ninguna “secta satánica”
muchos hombres y mujeres son cultores de todo esto. El satanismo tiene más
seguidores que los reconocidos como tales. Prima en ellos un afán de
materialismo. No temen al infierno pues ya forman parte del mismo. Se fomenta
toda forma de posesión sexual, perversión, falta de moralidad. La perversidad
es la clave de sus acciones. En lugar de superarse, de ver la necesidad del
esfuerzo y el trabajo como medio de trasmutar la naturaleza animal, se
conforman con lo que son, y peor aún, se rinde culto a la más bajo que hay en
nosotros, que en un trabajo interior de evolución debe ser superado y vencido
por la conciencia y la voluntad.
El culto a Dios, al
Bien y la Justicia, que siempre preconizó la Filosofía atemporal, es todo lo
contrario. Es una necesidad auténtica de perfeccionamiento, de crecer, de
evolucionar. Un deseo ferviente y noble de conquistar lo Bueno, lo Bello y lo
Justo. No conformándose nunca con lo que
uno es. Así cada día se ve como una oportunidad de aprendizaje y superación.
Satanás pudo ser,
en un momento dado, el engendro de una asombrosa represión sexual basada en el
temor y la ignorancia, llevada a cabo por la Iglesia. Pero no se supera esto
volcándose en la materia, rindiéndole culto, entregándose y esclavizándose a
sus placeres, como el único objetivo de la vida, ni tampoco con mojigaterías o
miedos, sino con conocimiento y un aprendizaje del uso correcto de estas
fuerzas.
En la Edad Media se
pensó que la posesión incluía un espectro o un gnomo que se sentaba encima del
individuo poseído, ocasionándole pesadillas u otras alucinaciones de la
conciencia. El poseso cambia su personalidad, piensa, siente, actúa de otra
forma, habla de las cosas que no quería decir o que no recuerda. Se vuelve
grosero, terrible, cambia su fisonomía. Su cuerpo adquiere mucha fuerza.
Muestra, en algunos casos, poderes parapsicológicos. Nos dice la Tradición que
el despertar de ciertas fuerzas latentes (Kundalini por ejemplo) en nosotros, sin una debida
preparación y purificación, puede producir, entre otras cosas, la locura, o el retroceso a etapas bestiales. La
posesión implica el control total de un individuo por otro individuo o por
alguna fuerza externa. Incluye la voluntad del poseído. Presupone la
incapacidad de la víctima de vencer a la fuerza agresora, a la que se somete
convirtiéndose en su instrumento.
La Ética, en el
pasado, era como la medicina para el alma, mantenía alejados a los elementos
negativos que promueven las enfermedades físicas y metafísicas. A falta de todo
esto, las formas mentales que creamos todos producen un entorno que, a falta de
disciplina, se descuelga como un vampiro sobre nosotros, obligando a repetir
actos, pensamientos y emociones primitivos. Así atacan a los débiles de
voluntad, debilitándolos y envileciéndolos cada vez más. Y de ahí surge el
consumo de drogas, la violencia, muchos de los crímenes, la angustia o la
incapacidad laboral. Su fuerza está en la debilidad de la gente y el temor.
Hace falta una
fuerte voluntad, una mente clara, una cultura superior y una vida sana, el
contacto con la naturaleza y las personas libres, de manera que podamos así
preservar nuestras defensas.
El Bien y el mal, la materia y el espíritu, están presentes en la psique del
hombre en forma de impulsos que tiran de nosotros hacia arriba o hacia abajo.
Sólo la fuerza de la voluntad (el héroe en nosotros) podrá retomar esas
energías inferiores, transmutarlas en otra energía superior, para poder llegar a
Ser. Pues el mal no es más que la materia separada del espíritu, o como dirían en Egipto la ausencia de Maat (la Justicia, la Verdad) rigiendo la conducta, la Vida.
La solución a los
males que nos aquejan no está en la ignorancia de sus causas, ni en el temor
que debilita o fanatiza, sino en el conocimiento y su aplicación correcta, como
medicinas que necesitan nuestra psique y nuestra mente para recuperar el
equilibrio y la salud perdida. Haciéndonos más fuertes, justos, humanos.
Amantes de la Belleza y la Verdad.
Es obvio que si nos
pueden penetrar fuerzas negativas, también lo pueden hacer las positivas, todo
depende del alimento que tengamos por costumbre ingerir a todo nivel, no sólo
físico, claro está, el ambiente y las personas que nos rodeen, así como la
calidad y naturaleza de nuestro mundo interior. Decía la vieja magia de todos
los tiempos que “cada uno atrae aquello que es de su misma naturaleza”. Y por
eso agregaban también “los dioses se acercan a quienes se les parecen”. Más el divino Platón agregaba: “somos dioses
y lo hemos olvidado”.
Todos tenemos, de
alguna manera, un "demonio" y un ángel en nuestro interior, de nosotros depende
quién venza, día a día. Son nuestros actos, sentimientos y pensamientos, los
que darán la victoria a uno u otro. Aprendamos de todo, de cada combate, de
cada derrota, de cada experiencia vivida, pero no olvidemos nuestro origen y fin
trascendente, apoyemos la Luz, levantémonos, volvamos a empezar cuántas veces
sean necesarias, con los pies en la tierra y la mirada siempre en las
estrellas nuestro añorado hogar.
El Buda enseñaba al respecto que: “Ni los demonios pueden realmente rebajar al hombre, ni los Dioses elevarlo, salvo con la complicidad o colaboración del propio ser humano. El hombre está atado por su propia ignorancia”.
Gijón.-1990
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