«Historia de la civilización occidental» era una asignatura
obligatoria del primer curso de carrera, como solía ocurrir en la
mayoría de facultades y universidades de letras liberales. Me
enseñaron, por consiguiente, que la civilización arrancó con los
griegos, y que Atenas era la cuna de la democracia. No fue hasta que
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leí When God Was a Woman, de Merlin Stone, que empecé a
comprender que la historia la escriben (o la distorsionan y la niegan)
los vencedores. En la introducción de su libro la escritora se plantea
lo siguiente: « ¿Por qué tanta gente que ha sido educada en este
siglo piensa en la Grecia clásica como en la primera gran cultura, si la
lengua escrita ya se utilizaba y se habían construido grandes
ciudades por lo menos veinticinco siglos antes? Hay todavía otra
cuestión más importante: ¿por qué se infiere siempre que la época de
las religiones "paganas", la era del culto a las deidades femeninas (si
es que esa información llega a mencionarse), fue oscura y caótica,
misteriosa y malvada, carente de la luz del orden y la razón que
supuestamente acompañaba a las religiones masculinas posteriores,
cuando se ha confirmado a raíz de diversos descubrimientos
arqueológicos que las primeras leyes, los gobiernos, la medicina, la
agricultura, la arquitectura, la metalurgia, los vehículos con ruedas, la
cerámica, los tejidos y las lenguas escritas se desarrollaron por
primera vez en sociedades que dedicaban su culto a una diosa?».4
En The Civilization of the Goddess, Marija Gimbutas documenta
la existencia y destrucción de la cultura de la diosa en lo que ella
describe como «la antigua Europa», la primera civilización europea
que precedió a la consolidación del patriarcado. Se remonta a cinco
mil años de antigüedad, tal vez incluso a veinticinco mil. De la
antigua Creta a la Irlanda celta, el culto a la diosa era universal. Los
restos arqueológicos hallados en diversos enclaves muy antiguos
muestran que se trataba de una sociedad igualitaria y no estratificada
que fue destruida por la infiltración de pueblos invasores
indoeuropeos, jinetes seminómadas procedentes de los lejanos norte
y este. Estos invasores centraban su cultura en el patriarcado, eran
itinerantes y belicosos, y su ideología se inspiraba en el cielo.
La Gran Diosa era trina: doncella, madre y anciana. Inmortal y
eterna, encarnaba todos y cada uno de los aspectos de lo femenino.
Era muchas personas en una sola. Era la Gran Diosa y poseía una
infinidad de nombres. Era venerada como la fuerza vital femenina;
toda vida provenía de su cuerpo y volvía a ella. Era una encarnación
de la naturaleza, como creadora, sustentadora y destructora de vida.
Era como la luna con sus ciclos, y como la tierra con sus estaciones.
Todas las criaturas vivientes eran sus hijos, lo cual significaba que
toda la vida compartía algo de su divina esencia.
Las mujeres eran a imagen de la diosa, puesto que ellas
también traían al mundo vidas nuevas a través de sus cuerpos y
podían mantener esa vida con la leche de sus pechos. Se valoraba la
tierra fértil y la fertilidad de las mujeres. La sexualidad era un instinto
natural y un placer. La sociedad se constituía por línea materna y se
centraba en el matriarcado, puesto que todos conocían la identidad
de la madre y los hermanos, aunque no necesariamente (y no con
total seguridad) la identidad del padre.
Las Diosas de la Mujer Madura- Jean Shinoda Bolen- fragmento
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