“El espíritu del hombre deriva de las constelaciones,
su alma de los planetas y su cuerpo de los elementos”
Paracelso
Hemos querido recopilar algunas de las ideas de este Gran médico, que
fue Paracelso, como temas de reflexión para un mundo, como el nuestro, tan
enfermo y necesitado de verdaderos médicos, de médicos del alma no solo del
cuerpo. Hoy como ayer, los seres humanos necesitan, quizás más que nunca,
soluciones para el alma anémica, débil, contaminada de ciertas “pestes”, que como en toda Edad Media que ha vivido y
vivirá, le dejan carente de defensas y de fuerzas reales. Al ser el hombre un conjunto compuesto de “lo
uno y de lo otro”, como diría Platón, es
conveniente para nuestra salud, conocer y atender debidamente ambas esferas, si
queremos tener Salud, Armonía o Equilibrio. Así
el Maestro Paracelso enseñaba cosas como éstas:
Toda salud y toda enfermedad proceden de Dios, el cual suministra
también el remedio. Cada enfermedad es un purgatorio, y ningún médico puede
efectuar una curación hasta que termine el tiempo de ese purgatorio. Los
médicos ignorantes son los diablos de ese purgatorio; pero un médico sabio es
un ángel redentor y siervo de Dios. El médico es un siervo de la Naturaleza, y
Dios es su Señor. Por tanto, ningún médico efectúa jamás una curación a menos
que sea la voluntad de Dios que cura al enfermo por medio de él. (Paramirum)
Hay muchos que dicen que el hombre es un microcosmos, pero pocos
comprenden lo que esto significa. Así como el mundo mismo es un organismo con
todas sus constelaciones, así es el hombre una constelación (organismo), un
mundo por sí mismo; y como el firmamento (espacio) del mundo no es gobernado
por criatura alguna, así también el firmamento que está en el hombre (su mente)
no está sujeto a ninguna otra criatura. Este firmamento (esfera mental) en el
hombre tiene sus planetas y estrellas (estados mentales), sus elevaciones,
conjunciones y oposiciones (estados de sentimientos, pensamientos, emociones,
ideas, amores y odios), llámesele como se quiera, y como todos los cuerpos
celestiales en el espacio están unidos los unos con los otros por eslabones
invisibles, así los órganos en el hombre no son enteramente independientes los
unos de los otros, sino que dependen unos de otros hasta cierto grado. Su corazón es su Sol, su cerebro su Luna, el
bazo su Saturno, el hígado su Júpiter, los pulmones Mercurio, y los riñones
Venus.
Todas las enfermedades tienen su principio en alguna de las tres
substancias, Sal, Azufre o Mercurio, lo cual quiere decir que pueden tener su
origen en el dominio de la materia, en la esfera del alma o en el reino del
espíritu. Si el cuerpo, el alma y la mente están en perfecta armonía unos con
otros, no existe ninguna discordancia; pero sí se origina una causa de
discordia en uno de estos tres planos, se comunica a los demás. En el estado de
estas tres substancias tienen su fuente todas las causas, orígenes y también la
comprensión de las enfermedades. Estas tres substancias, Azufre, Mercurio y
Sal, dan a cada cosa su corporeidad, teniendo cada substancia sus propias
cualidades. Si estas cualidades son buenas (en armonía las unas con las otras)
no habrá enfermedad, más si entran en oposición las unas con las otras, la
enfermedad (discordancia) será el resultado. El hombre es un laboratorio en que
las fuerzas universales de la Naturaleza hacen su obra.
La esencia de las cosas está oculta en el espacio; existe
invisiblemente en el firmamento, y se imprime en las substancias materiales y
entonces se vuelve visible entrando en nuestra esfera de percepción. La suma de
los deseos y pensamientos individuales del hombre constituye la atmósfera
mental que rodea al mundo en general, y a cada localidad en particular.
Lo que nutre una cosa contribuye a la formación de su substancia. El
cuerpo físico recibe su nutrimento del plano físico, el alma es nutrida por las
influencias del alma del mundo, el intelecto se nutre, crece y se ensancha en
el plano intelectual. El alma, el cuerpo y la mente son uno en el hombre, y las
enfermedades que existen en el uno, pueden causar impurezas en los otros.
Cinco son las causas del origen de las enfermedades en estos reinos:
1- De las condiciones de lugar en la naturaleza
externa.
2- De Venenos e impurezas.
3- Causas hereditarias de los padres
4- Enfermedades causadas por una voluntad maligna
o una imaginación mórbida
5- Los males que provienen del karma adquirido en
ésta u otra encarnación.
Igualmente la Voluntad, la Imaginación y la memoria son la causa de
muchas enfermedades y éstas pueden producirse abusando uno de dichas
facultades, o ejercitándolas sobre otro.
Cualquier especie de pensamiento, si adquiere fuerza y substancia por el
consentimiento de la voluntad, nace en el mundo interior como ser elemental, el
que crece con cultivarse, de suerte que llega finalmente a causar obsesión a su
propio padre y producir efectos visibles sobre el cuerpo físico.
Sobre la influencia de los espíritus como causa de enfermedades,
Paracelso escribía:
El espíritu de cada cuerpo es además substancial, visible, tangible y
sensible para los demás espíritus, todos los cuales en su mutua aproximación
pueden emparentarse lo mismo que lo hacen los cuerpos. Los espíritus utilizan
entre ellos un idioma propio con el que se hablan libremente, sin que los unan
o relacionen en cambio nuestros discursos humanos. De todo esto puede resultar,
que dos espíritus mantengan entre ellos afinidades, enemistades u odios y que
el uno alcance a herir al otro, igual que los hombres entre sí. De esta manera
decimos que puede haber lesiones del espíritu, por cuanto el espíritu mora en
el cuerpo y se traduce en él; y el cuerpo sufrir y enfermar, no materialmente,
puesto que no se trata de una Entidad material, sino por el espíritu.
El mundo en que estos espíritus residen a perpetuidad, conoce también
los deseos, los odios, las discordias y una serie de sentimientos semejantes que
actúan y se manifiestan sin el consentimiento ni conocimiento del cuerpo. Son
los espíritus los que se dañan entre sí, en cuyo caso los cuerpos resultan
afectados aparentemente por su propia culpa, aunque en realidad no hagan sino
traducir la injuria íntima que sus espíritus han recibido. Los espíritus luchan
y se hieren entre sí recíprocamente sin la voluntad o consentimiento de los
hombres, estimulados por su enemistad mutua o por la influencia de otras
enfermedades. O como consecuencia de nuestros pensamientos y meditaciones
constreñimos a nuestra voluntad con una fuerza tal que llegamos a consentir,
desear y buscar infligirle una pena o un trastorno cualquiera al cuerpo de otro
individuo. Esa voluntad fija, firme e interna, es la “madre” que engendra el
espíritu. Si el espíritu es dañado acaba dejando una huella de pena o
sufrimiento, de naturaleza espiritual en su origen aunque corporal en algunas de
sus manifestaciones, como consecuencia una serie de padecimientos del cuerpo
pueden comenzar así. Al ser el espíritu no el cuerpo el que está dañado habrá
que componer el medicamento del Espíritu.
Todo aquel que no quiere el bien y que permanece impregnado de odio
puede alcanzar que le ocurra en sí mismo cuanto de malo desea para los demás.
Pero todo esto no puede ser producido en cambio en los hombres probos y
honestos por la sencilla razón de que sus espíritus se defienden y protegen
viril y enérgicamente. Como constatamos una y otra vez, el mejor escudo son las Virtudes, y entre
ellas, destacamos la Bondad, la Inteligencia y el Valor.
Incluso el Maestro Paracelso enseñaba, que los espíritus pueden
influirse, comunicarse, beneficiarse o perjudicarse mientras dormimos, en
sueños. De ahí como vemos, la importancia de poder llegar a ser consciente aún
en sueños y dominar nuestra naturaleza inferior en todo momento.
Como hemos visto anteriormente, en los tiempos antiguos el médico era
considerado sagrado y pertenecía al sacerdocio consagrado por Dios. Y el arte de la medicina instituido no para
contravenir las leyes de Dios, sino con el propósito de ayudar a restablecer la
armonía, cuya perturbación causa la enfermedad, y cuyo restablecimiento se
efectúa por medio de la obediencia a la ley.
Y es que “sólo Dios da la salud y las enfermedades, así como los
remedios que a ellas corresponden”. De lo que resulta que todas las
enfermedades tienen que curar a la hora precisa que el tiempo les ha destinado
y no cuando nosotros dispongamos. “Ningún médico puede conocer el término de la
salud”, el que sólo está en las manos de Dios. Asimismo nos recuerda que toda
enfermedad es un purgatorio y que ningún médico puede curar si Dios con su
divina Gracia no ha dispuesto que ese Purgatorio termine. Dios no solamente ha
creado las enfermedades, sino también a los médicos, cuya llegada al lado de
los enfermos será a la hora predestinada.
Entre los médicos deberéis distinguir dos clases los que curan
milagrosamente y los que curan por medio de diversas medicinas. Sólo los que
creen y los que tienen fe podrán incluirse entre los del primer grupo. La fe
intensa es tan importante en el médico como en el enfermo. Recordando que es
Dios, el supremo médico, quien produce
la curación si ha llegado el momento. Como hemos dicho, es Dios quien envía el
enfermo al médico y el médico al enfermo. Pero el Purgatorio actual es
demasiado grande para que pueda aliviarlo ningún médico. Tan es así que no
dudamos que si los médicos de otros tiempos pudieran salir de sus tumbas y
volver entre nosotros, su arte sería ciego y nulo.
Paracelso exponía, que la virtud es la cuarta columna del templo de la
Medicina, no se ha de fingir, ya que significa el poder que resulta de ser un
hombre en la verdadera acepción de la
palabra y de poseer no sólo las teorías respecto del tratamiento de la
Enfermedad, sino el poder de curarla uno mismo,. Aquel que es dueño de sí mismo
es su propia Ley y no está sujeto a ninguna falta de armonía. Esto es lo que
expresó Paracelso en su lema favorito:
“Non sit alterius qui suus esse
potest”
Pues el Yo que domina al
« yo » es Dios,
la Voluntad de la Sabiduría Divina,
la Voluntad de la Sabiduría Divina,
el Señor de Todo.
En esta búsqueda de la Armonía, clave de la curación y la salud, no
estaría demás recordar la importancia de desarrollar en nosotros, a través de
la acción y la perseverancia, los 4 elementos por igual en su triple expresión.
O sea que debemos lograr un equilibro entre la tierra, el agua, el aire y el
fuego, así como capacidad de iniciativa, de plasmación, sensibilidad y
adaptabilidad. En cuanto a las virtudes, como vemos son tan necesarias o más
que las vitaminas, ya que de las primeras vendrían todos los bienes.
No es de extrañar a la vista de tantos conocimientos de la antigüedad, que la Astrología, Alquimia,
Magia y Medicina, fueran siempre de la mano. El conocimiento profundo de la
constitución del hombre y el Universo, de las fuerzas que nos conforman,
traspasan y envuelven. El dominio y transmutación de los defectos en virtudes,
de las sombras en luz. La apertura y pureza del corazón que lo convierten en un
perfecto canal y receptor de lo celeste. Sin duda, la práctica de la ética en
la vida cotidiana es la mejor medicina para nuestra alma y nuestro cuerpo.
Volverán los médicos magos y la medicina iniciática, todo retorna, como
el Sol, aunque antes haya que atravesar una larga y pesada noche, en donde, no
habrá magos, pero sí aprendices abnegados y entusiastas, que deberán insistir, investigar, purificarse y
prepararse pasando sus pruebas. Paso a paso, aprender a vencerse a sí mismos,
acercándose a la Unidad, logrando sabiamente,
la armonía entre los contrarios. Este podría ser el objetivo de nuestra
vida y el motor de nuestros esfuerzos.
Mª Dolores Villegas López
Madrid- Diciembre 2004
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