martes, 30 de junio de 2015

EL OCULTISMO EN OPOSICIÓN A LAS ARTES OCULTAS -ENSEÑANZAS DE H.P. BLAVATSKY


La palabra ocultismo induce seguramente a error, tal como está traducida de la palabra compuesta Gupta–Vidya, que significa “conocimiento secreto”. Pero ¿conocimiento de qué? Algunos términos sánscritos nos ayudarán a responder.

Entre otros muchos nombres de las diversas clases de ciencia esotérica que aparecen en los Puranas esotéricos, citaremos por más notables los cuatro siguientes:

1º Yajna–Vidya  es el conocimiento de las ocultas fuerzas de la naturaleza, puestas en acción por la práctica de ciertos ritos y ceremonias religiosas.
2º Mahavidya, que significa “gran conocimiento”. Es la magia de los cabalistas y del culto tantrika, aunque suele degenerar en hechicería de la peor especie.
3º Guhya Vidya, o conocimiento de las místicas fuerzas del sonido (éter); y por lo tanto, de los mantras cantados en las oraciones y encantamientos, cuya eficacia depende del ritmo y la melodía. También se define diciendo que es una práctica mágica fundada en el conocimiento y correlación de las fuerzas de la naturaleza.
4º Atma–Vidya, que los orientalistas traducen literalmente por “Conocimiento del alma” o verdadera Sabiduría, pero que significa mucho más.


El Atma–Vidya es la única clase de ocultismo a que debe aspirar todo prudente e  inegoísta teósofo admirador de Luz en el Sendero



Pues los siddhis o facultades del arhat se reservan únicamente para los capaces de consagrar su vida al cumplimiento al pie de la letra de los terribles sacrificios que su adquisición requiere. Ha de saber y recordar para siempre, que el verdadero Ocultismo o Teosofía es la incondicional y absoluta renunciación de la personalidad en pensamiento y obra. Es altruismo, y quien lo practica queda enteramente escogido de entre las filas de los vivientes, tan luego como se entrega a la obra y porque “no vive para él sino para el mundo”. Mucho se le dispensa durante los primeros años de prueba; pero tan pronto como pasa a ser discípulo “aceptado” debe desvanecer su personalidad y convertirse en una fuerza benéfica de la naturaleza. Desde entonces se abren a su paso dos caminos opuestos: ha de ascender trabajosamente, paso a paso, durante numerosas encarnaciones, sin intervalo devacánico, por la áurea escala que conduce al arhatado; o al dar el primer paso en falso, resbalará escala abajo, rodando hasta el fondo de la magia negra.

Está en incesante riesgo de que las adormecidas pasiones despierten a cualquier momento y la arrastren al abismo de la materialidad. ¿ Cómo puede concertarse con la divina armonía del Yo superior, si esta armonía está quebrantada por la presencia de las pasiones animales en el santuario? ¿ Cómo es posible que la armonía prevalezca y triunfe, cuando la mente está contaminada y turbada por el torbellino de las pasiones y los terrenales deseos de los sentidos corporales y del hombre astral?

Porque el cuerpo astral no es compañero del Yo superior, sino del cuerpo terreno. Es el lazo entre el manas inferior y el cuerpo físico; el vehículo de la vida transitoria, no de la inmortal. Como sombra proyectada por el hombre, sigue servil y mecánicamente sus movimientos e impulsos, propendiendo, por lo tanto, a la materia, sin ascender jamás hacia el Espíritu. La unión con el Yo superior sólo puede cumplirse cuando, anulada la fuerza de las pasiones, queden trituradas y aniquiladas en la retorta de una inflexible voluntad; cuando no sólo han muerto las concupiscencias y ansias de la carne, sino que, muerta asimismo la personalidad, se invalida el cuerpo astral, que refleja al hombre triunfante y no a la codiciosa y egoísta personalidad. Entonces el brillante Augoeides, el divino Yo, vibra en consciente armonía con los dos polos de la entidad humana: El hombre de purificada materia y la siempre pura alma espiritual. El hombre permanece en presencia y para siempre se une íntimamente con el yo superior, con el Maestro, el Cristo de los gnósticos


Así, Pues, ¿cómo le fuera posible al hombre entrar por la angosta puerta “del Ocultismo”, estando sus cotidianos pensamientos ligados a todas horas con las cosas terrenas, con deseo de poderío, concupiscencias, ambiciones y deberes que, si bien honrosos, no dejan de ser terrenos? Aun el amor a la familia, el más puro o inegoísta de los afectos humanos, es un obstáculo para el verdadero ocultismo. Porque si ponemos por ejemplo el santo amor maternal o el conyugal, aun en estos mismos sentimientos, analizados en su fondo y enteramente cernidos, encontraremos egoísmo personal en la madre y egoísmo dual en los cónyuges.


Sólo el altruismo y no el egoísmo, ni aun en su más noble y legítimo concepto, puede conducir al hombre a identificar su individual Yo con el Yo universal. El verdadero discípulo del verdadero ocultismo ha de consagrarse a la obra de satisfacer las
necesidades de la humanidad si quiere adquirir la Theo–Sophy o Sabiduría divina y Conocimiento


El aspirante ha de escoger absolutamente entre la vida del mundo y la vida del ocultismo. Inútil y vano intento es conciliarlas, porque nadie puede servir a dos señores y complacer a ambos. Nadie puede servir a su cuerpo y a su Yo superior, ni cumplir los deberes de familia al propio tiempo que los de la humanidad entera, sin privar a una o a otra de sus derechos; porque si presta oído a la “tenue y callada voz”, no podrá escuchar el clamor de sus pequeñuelos; o si atiende a las necesidades de éstos, quedará sordo a la voz de la humanidad. El casado que intentara seguir el verdadero ocultismo práctico en vez de la filosofía teórica, habría de sostener una incesante y desatentada lucha, porque continuamente vacilaría entre la voz del impersonal y divino amor a la humanidad y la del amor personal y terreno, lo cual sólo podría conducirlo al fracaso en uno u otro o tal vez en ambos deberes.

No seria esto lo peor, pues quien quiera que después de haberse comprometido en el ocultismo, ceda al halago de un amor experimentará por casi inmediata consecuencia el verse irresistiblemente atraído del divino estado impersonal al inferior plano de materia. El deleite sensual, aun sólo de pensamiento, entraña la inmediata pérdida del discernimiento espiritual. La voz del Maestro no podrá distinguirse entre la de las pasiones, como tampoco se distinguirá la de un dugpa, porque en semejantes circunstancias no es posible distinguir lo justo de lo injusto y la sana moralidad del estéril nominalismo. El fruto del Mar muerto es la más apropiada alegoría mística, porque se vuelve ceniza en los labios y acíbar en el corazón, resultando en “cada vez más profundas tinieblas, loco por sabiduría, culpable por inocencia, ansioso de éxtasis y desesperado por esperanza”.

Pero una vez engañados y después de obrar según su engaño, muchos hombres repugnan reconocer su error y se hunden más y más en el fango. Aunque de la intención deriva principalmente el que la magia sea blanca o negra, los resultados de hechicería involuntaria e inconsciente no pueden por menos de augurar mal karma. Bastante se ha dicho en demostración de que hechicería es toda especie de maligna influencia ejercida sobre otras personas, que sufren o hacen sufrir en consecuencia. El karma es una piedra que chapoteada en las tranquilas aguas de la vida, levanta ondulaciones cada vez más amplias hasta el infinito. Las causas engendradas han de producir efectos evidenciados en la justa ley de retribución.

Muchos de estos defectos podrían evitarse si las gentes se abstuviesen de prácticas cuya naturaleza e importancia desconocen.

Nadie espere sobrellevar una carga superior a sus fuerzas y facultades. Hay magos congénitos, místicos y ocultistas de nacimiento, a causa de la directa herencia de una serie de encarnaciones y siglos de sufrimientos y fracasos. Están ya a prueba de pasiones. Ningún fuego de origen terreno puede inflamar sus sentidos ni sus deseos. Ninguna voz humana halla respuesta en sus almas, excepto el ruidoso clamor de la humanidad. Son los únicos que tienen asegurado el éxito. Pero son rarísimos y pasan por las estrechas puertas del ocultismo porque no llevan la personal impedimenta de los transitorios sentimientos humanos. Se han desprendido de los efectos de la naturaleza inferior, paralizando la animalidad astral, y ante sus pasos se abre la estrecha, pero áurea puerta.

No les sucede lo mismo a quienes todavía han de llevar durante varias encarnaciones
la carga de los pecados cometidos en pasadas y aun en la presente vida.  A menos que
procedan con suma precaución, la áurea puerta de Sabiduría puede trasmutarse para ellos en la ancha puerta y el espacioso camino que “conduce a la perdición” y por lo tanto “muchos son los que entran por ella”. 

Esta ancha puerta es la de las artes ocultas practicadas con motivos egoístas, sin la restrictiva y benéfica influencia del Atma–Vidya.

Estamos en la edad Kali, cuya letal influencia es mil veces más poderosa en Occidente que en Oriente. De aquí las fáciles presas que las Potestades tenebrosas hacen en este ciclo de lucha, y las muchas ilusiones en que hoy día se agita el mundo, entre ellas la relativa facilidad con que los hombres se figuran que pueden llegar a la “Puerta” y cruzar el dintel del ocultismo sin grandes sacrificios. Tal es el sueño de algunos teósofos, inspirado por el afán de poderío y egoísmo personal; pero estos sentimientos no los conducirán a la ambicionada meta, pues como dijo uno de quien se cree que se sacrificó por la humanidad: “Estrecha es la puerta y angosto el camino que lleva a la vida y pocos son los que la hallan”. 

Tan estrecha es, en efecto, que a la simple mención de algunas de las preliminares dificultades, los espantados candidatos occidentales vuelven la espalda y se marchan temblorosos.

Dejemos que se queden aquí, sin que su mucha flaqueza les consienta mayor intento, porque ¡ay! de ellos si al volver la espalda a la puerta estrecha, los arrastra su ansia de ocultismo a dar un paso en dirección de las anchas y halagadoras puertas del áureo misterio que centellea a la luz de la ilusión. Los conducirá a la magia negra, con seguridad de desembocar muy luego en el fatal camino del Infierno, a cuya entrada leyó el Dante estas palabras:

Per me si va nella citta dolente
Per me si va nell´eterno dolore
Per me si va tra la perduta gente.



Fragmentos de: Helena P. Blavatsky

viernes, 19 de junio de 2015

El Puente entre el Espíritu y la Personalidad (Antahkarana)



"El sendero o puente entre el Manas superior y el inferior, el Ego divino y el alma personal del hombre. Sirve como medio de comunicación entre ambos y transmite desde el Ego inferior al superior todas aquellas impresiones personales y aquellos pensamientos de los hombres que pueden,  por su naturaleza, ser asimilados y retenidos por la entidad imperecedera y ser hechos así inmortales con ella, siendo ellos los únicos elementos de la pasajera Personalidad que sobreviven a la muerte y el tiempo. Así es lógico que sólo aquello que es noble, espiritual y divino en el hombre puede en la Eternidad dar testimonio de haber vivido"


El Antahkarana no aparece hasta que "empezamos a dirigir nuestra nuestros pensamientos hacia arriba y hacia abajo"


"No debemos destruir el Antahkarana mientras no hayamos destruido por completo el sentimiento de egoísmo personal, y llegar a ser uno con Buddhi-Manas, pues fuera como destruir un puente tendido sobre una cortadura infranqueable. El viajero no podría pasar a la margen opuesta. 

No es posible saltar ni un sólo tramo de la escala que conduce al conocimiento. 


Manas superior (azul índigo) está conectado con el Manas inferior (verde) por una delgada línea que los une a los dos. Esta es el Antaskarana, ese camino o puente de comunicación que sirve de enlace entre el serpersonal, cuyo cerebro físico está bajo el dominio de la parte inferior de la mente (animal), y la Individualidad que se reencarna, el Ego espiritual, Manas-Manu, el «Hombre Divino». Este Manu pensante, por lo tanto, es lo único que se reencarna. La verdadera naturaleza de las dos Mentes (la espiritual y la física o animal) son una, aunque separadas al reencarnar. 



Helena P. Blavatsky

jueves, 18 de junio de 2015

ERRORES ACERCA DEL BUDDHISMO



A pesar de lo extendidos que están los errores (1) acerca del buddhismo en general y del buddhismo tibetano en particular, convienen los orientalistas en que el primordial anhelo de Buddha fue salvar a los hombres, enseñándoles la práctica de la pureza y virtud en grado sumo, desligándolos del servicio de este mundo engañoso y del amor al todavía más engañoso, por ilusorio y vano, yo físico. Mas ¿de qué aprovecharía toda una virtuosa vida de privaciones y sufrimientos si la aniquilación fuese su resultado final? Si aun el logro de esa suprema perfección que conduce al iniciado a recordar sus vidas pasadas, y a prever las futuras por el desarrollo pleno de su divina visión interna, y adquirir el conocimiento que le revela las causas (2) de los incesantemente periódicos ciclos de existencia, hubiera de conducirle finalmente al no ser, y nada más, entonces fuera imbécil toda la doctrina buddhista; y aun la epicúrea sería mucho más filosófica, que tal Buddhismo. Quien sea incapaz de comprender la sutil, y no obstante hondísima, diferencia entre la vida en estado físico y la vida puramente espiritual (el espíritu o la “vida del alma”), jamás podrá apreciar en su pleno valor, ni aun en forma exotérica, las excelsas enseñanzas de Buddha. La existencia individual o personal es causa de pena y aflicciones; la vida colectiva e impersonal está henchida de divinas bienaventuranzas y sempiternos goces, cuya luz no eclipsan las causas ni los efectos. La esperanza en esta vida eterna, es la clave fundamental del buddhismo. Si alguien nos dijera que la existencia impersonal no es tal existencia, sino que equivale a la aniquilación, como han sostenido algunos reencarnacionistas franceses, le preguntaríamos: ¿Qué diferencia puede haber en las espirituales percepciones de un ego, entre si entra en el nirvâna cargado tan sólo con los recuerdos de sus propias vidas personales (3), o si sumido por completo en el estado parabráhmico se une al todo, con absoluto conocimiento y absoluto sentimiento de representar humanidades colectivas? Un ego que pase tan sólo por diez distintas vidas individuales, debe perder necesariamente su unitaria individualidad y fundirse, por decirlo así, con dichos diez yoes. Ciertamente que mientras este gran misterio sea letra muerta para los pensadores, y especialmente para los orientalistas occidentales, no lograrán estos explicarlo conforme a la verdad.

            De todas las filosofías religiosas, el buddhismo es la peor comprendida. Tratadistas como Lassen, Weber, Wassilief, Brnouf, Julien, y aun “testigos oculares” del buddhismo tibetano, como Csoma de Köros y Schlagintweit, no han hecho hasta ahora otra cosa que aumentar la perplejidad y la confusión. Ninguno de ellos bebió en la genuina fuente de un Gelugpa; sino que juzgaron el buddhismo por las migajas de conocimiento recogidas en las lamaserías fronterizas, en países densamente poblados por butaneses, leptchas, bhons y dugpas de capacete rojo, a lo largo de la cordiller de los Himalayas. Se han traducido y erróneamente interpretado, según añeja costumbre, centenares de volúmenes adquiridos de manos de buddhistas chinos, buratos y shamanos; pero las escuelas esotéricas dejarían de merecer el nombre que llevan, si transmitiesen a los correligionarios profanos, y menos aun al público occidental, su literatura y sus doctrinas. Así lo exigen la lógica y el buen sentido; aunque los orientalistas occidentales se hayan negtado siempre a reconocerlo, por lo que han proseguido discutiendo gravemente acerca de los méritos y absurdos de los ídolos, “mesas adivinatorias”, “figuras mágicas de Phurbu” sobre la “tortuga cuadrada” [Phurbu o P’urbu, significa “rayo mortífero”. Véase The Buddhism of Tibet, or Lâmaism, por L. Austime Waddell, pág. 340/341]. Todo esto nada tiene que ver con el verdadero buddhismo filosófico de los Gelugpas, ni aun con el de los más cultos miembros de las sectas Sakyapa y Kadampa. Todas estas “placas” y mesas de sacrificio, los círculos mágicos de Chinsreg [ofrendas incineradas], etc., fueron adquiridos sin reserva alguna en el Sikkhim, Bhutân y Tíbet oriental, de manos de Böns y Dugpas; y no obstante, se han considerado como cosas características del buddhismo tibetano. Tanto valdría juzgar, por ejemplo, de las obras filosóficas poco conocidas del obispo Berkeley, después de estudiar el cristianismo en las zarabandas que los leprosos napolitanos bailan ante la idolátrica imagen de San Pipino, o llevando el ex voto que en Tsernie reproduce en cera el falo de los Santos Cosme y Damián.

            No cabe duda de que los primitivos Shrâvakas (oyentes) y los Shramanas (los “puros”, los “dominadores del pensamiento”), así como otras sectas buddhistas, han ido degenerando hasta caer en el mero dogmatismo y ritualismo. Como todas las enseñanzas esotéricas, las palabras de Buddha tienen un doble significado, y como cada secta pretendió poseer exclusivamente el verdadero, se arrogó supremacía sobre las demás. De ahí que el cisma corroyese, como horrible cáncer, el hermoso cuerpo del buddhismo primitivo. A la escuela Nâgârjuna Mahâyâna (“Vehículo Mayor”) se opuso la Hînayâna (“Vehículo Menor)”; y aun la Yogâchârya de Âryâsanga quedó desfigurada por la anual peregrinación de muchedumbres de vagabundos bajados de la India a las costas del lago Mansarovara, y que vestidos de esteras se fingen yoguis y faquires, en vez de trabajar. Una afectada repugnancia del mundo, y la fastidiosa e inútil práctica de contar las inspiraciones y expiraciones, como medio de producir absoluta tranquilidad de mente o meditación, arrastraron esta escuela al campo del Hatha Yoga y la hicieron heredera de los tirthikas brahmánicos. Y aunque sus srotâpattis, sakridâgâmines, anâgâmines y arhats (4) lleven los mismos nombres en casi todas las escuelas, difieren muy mucho sus respectivas doctrinas y ninguna de ellas es probable sirva para obtener los abhijnas (5) verdaderos.

            Uno de los principales errores en (?) que los orientalistas incurrieron al juzgar por “interna (?) evidencia”, como ellos dicen, fue el de creer que los Pratyeka Buddhas, los Bodhisattvas y los Buddhas “perfectos”, corresponden a un posterior desenvolvimiento del Buddhismo. En estos tres grados capitales se fundan los siete y doce de la jerarquía del adeptado. Son Pratyeka Buddhas los que han alcanzado el Bodhi (sabiduría) de los buddhas, pero que no son instructores (6). Los bodhisattvas humanos son, por decirlo así, candidatos al perfecto buddhado, que alcanzarán en futuros kalpas, aunque con facultad de emplear desde luego sus poderes en caso necesario. Los Buddhas “perfectos” son sencillamente los “perfectos” Iniciados. Tanto los pratyekas como los bodhisattvas y los perfectos son hombres y no seres desencarnados, según exponen las obras exotéricas de la escuela Hînayâna. Su genuino carácter sólo puede verse en las obras secretas de Lugrub o Nâgârjuna, fundador de la escuela Mahâyâna, cuyo fundador se dice fue iniciado por las nâgas (7). Los anales fabulosos de China guardan memoria de que Nâgârjuna tuvo su doctrina por opuesta a la de Gautama el Buddha hasta que las nâgas le revelaron que era precisamente la misma doctrina enseñada en secreto por el propio Shâkyamuni; pero esta fábula es pura alegoría y alude a la reconciliación de buddhistas e hinduístas esotéricos, en un principio rivales. Los hinduístas esotéricos, de quienes derivaron todas las demás sectas, se habían establecido más allá de los Himalayas muchísimos siglos antes de Shâkyamuni. De ellos fue discípulo Gautama, a quien le enseñaron las verdades de la Shûnyatâ, lo perecedero y transitorio de las cosas terrenas, los misterios del Prajnâ Pâramitâ o conocimiento del que “atraviesa la corriente” y toma por fin el suelo firme del “Perfecto Ser” en las regiones de la Única Realidad. Pero los arhats de Gautama no eran Gautama mismo.


Algunos pecaron de ambiciosos y reunidos en concilios modificaron la primitivas enseñanzas, por lo que la escuela matriz no quiso admitir a estos “heréticos” cuando las persecuciones empezaron a expulsar de la India al buddhismo; hasta que, por último, la mayor parte de las escuelas se sometieron a la guía y gobierno de los principales âshrams, y la Yogâchârya de Âryâsanga se refundió en la primitiva Logia, donde desde tiempo inmemorial, yace oculta la postrera esperanza y luz del mundo, la salvación de la humanidad. Varios son los nombres dados a esta escuela primitiva y a la tierra en que se asienta. Los orientalistas la designan con el mítico nombre de un fabuloso país; pero de esta tierra espera el hinduísta a su Kalki Avatâra, el buddhista a su Maitreya, el parsi a su Soshios, el judío a su Mesías, y también esperaría el cristiano a su Cristo, si conociese esto.

            Allí, y solamente allí, impera el Paranishpanna (Yong-Grüb) o la absoluta comprensión del Ser y del No-Ser, la inmutable existencia real en espíritu, aunque éste aparentemente anime al cuerpo. Todos sus habitantes son un no-ego porque han llegado a ser un perfecto ego. Su vacuidad es “autoexistente y perfecta” (si los ojos profanos pudieran percibirla), porque se ha hecho absoluta; y lo ilusorio se ha transmutado en la incondicionada Realidad, después de desvanecidas en la nada las realidades de este nuestro mundo. La “Verdad absoluta” (8) venció a la verdad relativa” (9); y los habitantes de esta misteriosa región alcanzaron los estados de Svasamvedanâ (10) y de Paramârtha (11), que trasciende a todo, y por lo tanto, a toda ilusión. Sus bodhisattvas y buddhas “perfectos” llevan, en todos los idiomas buddhistas, nombres que denotan celestiales e inaccesibles seres, pero que nada significan para la obtusa percepción del profano europeo. Mas ¿qué les importa a quienes están en este mundo, y sin embargo viven mucho más allá de nuestra ilusoria tierra? Superior a ellos sólo hay una categoría de nirvânis: los dharmakâyas (chos-ku), o nirvânis “sin residuos”, los puros y aruícos Hálitos (12).

            De aquí emergen de cuando en cuando los bodhisattvas en su cuerpo Prul-pa-ku (nirmânakâya), y con apariencia humana enseñan a los hombres. Hay encarnaciones voluntarias y conscientes, como las hay inconscientes.

            La mayor parte de las doctrinas de las escuelas Yogâchâya y Mahâyâna son esotéricas


DOCTRINA SECRETA 
Autora: Helena P. Blavatsky