viernes, 2 de diciembre de 2016

EL MITO DE LA IGUALDAD

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"En Aritmética decimos que dos es igual a dos, y esto es cierto en la abstracción. Pero en el mundo manifestado, en el aquí y el ahora, cuando las cosas poseen más de una cualidad, dos manzanas no son iguales a dos relojes, por ejemplo. Y ni siquiera es forzoso que las dos manzanas sean iguales entre sí en tamaño, peso, color, etc.

En verdad, en este mundo en el que nos corresponde vivir, no existe ni dos cosas iguales, cuanto más, pueden ser semejantes, o sea, tener algunas características iguales, y otras desiguales que las diferencian. Mas la suma de igualdades y desigualdades, siendo éstas últimas variables, dan un forzoso resultado desigual. Diferente.

La experiencia cotidiana nos enseña de manera irrebatible que no hay dos hojas de árbol iguales, ni ninguna cosa que lo sea respecto a otra. A lo sumo, una cosa puede ser igual a sí misma en un instante puntual, sin dimensiones, lo que la hace idéntica a sí misma, pero jamás a otra.

El concepto de igualdad nace artificialmente de las limitaciones de la observación humana. Así, la estrella Sirio puede parecer igual a la estrella Aldebarán ante determinadas condiciones deficientes de observación, pero hoy sabemos que la estrella Sirio no existe como unidad pues en realidad se trata de dos estrellas que vemos a ojo desnudo como una, simplemente en razón de la distancia.

Si observamos desde lejos una multitud de hombres y mujeres nos parecerán todos iguales, pero bastará un acercamiento para que se humanicen en infinitas diferencias, no sólo físicas, sino también psicológicas. Fue la lejanía y la confusión de los detalles los que los masificaron ante nuestra observación haciéndonos creer que todos eran iguales. Cuanto más intimo sea nuestro contacto con ellos iremos descubriendo más y más matices diferenciadores dentro de lo que no puede rebasar la semejanza de pertenecer todos al Reino Humano, o a la "Especie" humana, como dirían los materialistas.

El concepto hipotético comunizante de que todos los humanos son iguales es una falacia tan frágil que hasta un niño la puede deshacer. Bastaría con preguntarle si su padre, su hermana, su madre, son iguales entre sí o iguales a él mismo. Su respuesta rápida y natural afirmaría que no, y si insistiésemos preguntándole por qué, podría señalarnos mil detalles, desde los anatómicos hasta otros más sutiles que hacen a todos maravillosamente diferentes, circunstancia que permite reconocerlos y apreciarlos.

Es la igualdad tan antinatural e inexistente que sería suficiente imaginar algo hermoso, una mariposa, una flor, una mujer, un hombre, un cuadro o una estatua; son bellos en su singularidad... pero si nos viésemos rodeados nada más que de millones y millones de mariposas, flores, mujeres, hombres, cuadros o estatuas que fuesen todos iguales, total e irremediablemente iguales, caeríamos en el desconcierto psicológico más aberrante, en el tedio y la locura. Nuestra circunstancia carecería de profundidad y de sentido. Y en medio de esa diabólica multitud nos sentiríamos solos. Pues por efecto de multiplicidad no multiforme, la cantidad se nos confundiría en un caos aséptico y repugnante a nuestra más íntima Seidad.

Podría tratarse de argumentar que, si bien las cosas no pueden ser iguales, sí pueden ser equivalentes. Pero también es falso. Porque es filosóficamente imposible que dos cosas diferentes tengan una suma de atributos iguales. Y de la simple observación nos nace el rechazo de ese absurdo, pues cada cosa o individuo, por ser lo que es, no puede identificarse con otro ni tener sus mismos atributos. Sólo el materialismo aberrante que pone precio a todo, puede tratar de adjudicar valores iguales a cosas diferentes...


Ante la inventada igualdad, la escala de valores que es la que con sus peldaños naturales nos permite ascender y aún tener la libertad de descender, se pierde. Nada más contrario a la libertad que la igualdad. Es libre la curva que rueda sobre el plano de un camino, o las plásticas aguas sobre el rígido lecho de un arroyo; mas si rueda y camino, agua y piedra fuesen iguales, ni andaría el carro ni correría el agua. Y todo lo que se detiene es apresado por el tiempo y se pudre.

Por todo esto ya los Presocráticos afirmaban el Principio de Identidad, que hace que una cosa pueda ser tan sólo igual a sí misma.

A nivel social, la comprensión de estas verdades evidentes permite la supervivencia del individuo, con sus virtudes y sus defectos, con sus características, más allá de la vara del juez que diga lo que es bueno y lo que es malo. Pues buena es el agua para el sediento, pero mala para el que se está ahogando con ella, Y así todas las cosas, Los valores devienen de las circunstancias y el valor en sí tan sólo la propia identidad.

Las hipótesis materialistas que se expresan políticamente a través del Marxismo y del Capitalismo pretenden igualar a los diferentes y, lo que es peor, a la altura del más bajo.

En la misma raíz del igualar está en potencia el genocidio, pues éste es más fácil cuando reducimos lo diferente a la pasta amorfa de lo igual. En los campos de concentración de la última época Nazi se mataban "judíos", y en los finales de la 2ª guerra mundial, las bombas atómicas de las Democracias calcinaron "japoneses". Es el igualar, el amontonar, el cosificar a los seres humanos cuando se los hace más vulnerables y proclives a ser injustamente destruidos.


Uno de los mitos más terribles y funestos de este siglo XX que está viviendo sus últimos lustros en un ambiente de miseria, opresión y terror, es el de la igualdad.

El que los unos seamos diferentes de los otros no significa que "valgamos menos ni más"... Ese es un valor añadido, artificialmente, contra Naturaleza. Cada uno vale lo que vale en relación a cada cosa que sea o haga... Un excelente nadador puede ser lento al caminar sobre la tierra y andar a los trompicones.


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La filosofía al señalar el valor de las diferencias, canta una loa a la Sabiduría de Dios reflejada en la Naturaleza. Todos somos maravillosamente diferentes. Como no tenemos precio, no somos equivalentes. Somos Seres Humanos con todo lo grandioso que esto significa. No somos iguales a nadie. Somos distintos e irrepetibles y aún si aceptamos la Teoría de la reencarnación, jamás volveremos a ser exactamente los mismos, pues si bien el Espíritu es idéntico a sí, no lo puede ser su entorno o sus vehículos de expresión.


Incluso quien esto escribe ya no es igual al que comenzó a escribir, ni el lector es ya igual al que comenzó a leerlo. Sí, sabio Heráclito... ¡nadie puede bañarse dos veces en el mismo río...! 


¡La igualdad no existe!

¡Cuánta felicidad da el constatarlo, el vivirlo, el liberarse del cenagoso mito de la igualdad!



fragmentos de: El mito de la Igualdad de JORGE ANGEL LIVRAGA  -1985

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