miércoles, 2 de abril de 2014

LOS SIETE CAMINOS PARA LA REALIZACIÓN ESPIRITUAL



El primer camino, pues, sería el camino de la voluntad. Todos sabemos que la voluntad se manifiesta en una suerte de deseo interior que pretende llevar a cabo alguna acción. Actualmente, nuestra voluntad se ve amenazada por una masificación artificial que aprovecha los cauces de la propaganda de masas, así como distintos elementos, que propicia la plutocracia del manejo de las grandes sumas de dinero, y que acaba por arrancarnos nuestro verdadero ser interior. Cuando pedimos algo, generalmente no pedimos lo que queremos, sino lo que la propaganda hace que queramos. Cuando se va a votar no se hace por un sentir interior, sino por lo que se leyó en los carteles o por lo que nos introdujo artificialmente cualquier medio de comunicación. Esa voluntad no es nuestra, sino que nos la han incrustado desde afuera.



De ahí que tengamos que robustecer el camino de la realización de la voluntad a través del individuo interior. No hablamos de individualismo, en el sentido de un egoísmo que nos separe de los demás, sino de ser quienes somos, no por orgullo, sino por amor a la verdad, porque ni Dios ni nadie puede quitarnos nuestra propia esencia, el ser quienes somos. Con nuestros defectos, con nuestras pequeñeces, con nuestros miedos interiores y con nuestras dudas, somos, sin embargo, cada uno de nosotros, piezas irrepetibles de la Naturaleza. Somos diferentes, y tenemos, precisamente en nuestra singularidad, un valor especial, como si fuésemos pequeñas artesanías hechas a mano, creadas por la mano de Dios, de tal manera que tenemos una marca particular que nos indica que no hemos salido de ninguna especie de cadena de montaje.


El segundo camino es el de la intuición, el de la religiosidad. En él, es fundamental la iluminación espiritual, aunque hoy en día esta expresión da lugar a muchas interpretaciones.



Debemos entender que los colores se ven porque existe la luz. Si la luz se apaga, todo se verá casi del mismo color, y en la oscuridad no vamos a distinguir la luz ni el color. Es la luz la que nos permite ver los colores. Sin luz no podemos distinguir las cosas.



Del mismo modo, para poder asentar nuestros valores necesitamos luz, espiritualidad y, en palabras simples, religiosidad. No creemos que el hombre se diferencie del animal simplemente por un problema evolutivo, sino, precisamente, porque el hombre puede ser religioso. El hombre más primitivo, perdido en las selvas, en las sabanas, en las montañas lejanas, pone una piedra sobre otra y adora al Ser Desconocido, creador del universo. Este hombre levanta su brazo y trata de señalar el horizonte de donde le vienen todas las cosas. Ningún animal puede hacerlo; ningún animal siente en sí la religiosidad.


Hoy, que vivimos en un mundo de ciega competencia, ¡qué hermoso sería un poco de amor!, pero no en el sentido común de la palabra, sino un amor profundo que, como dijo Jesucristo, nos haga amar a los demás como a nosotros mismos, y aun en algunos casos, más todavía. Ese sería un seguro camino de la realización.




El tercer camino de la realización pasaría a través de la mente. Hay quienes afirman, sobre todo en ciertas escuelas demasiado influidas por un orientalismo mal entendido, que no hay que razonar ni pensar.


Una vez le preguntaron a Sócrates de dónde venían los muertos, y él contestó que de los vivos. Luego, le preguntaron de dónde venían los vivos, y él dijo que de los muertos. Explicó toda la teoría de la reencarnación en solo cuatro palabras. Si se piensa bien, se ve que, sea o no cierto, desde el punto de vista racional, tiene una cierta lógica imbatible.


Los sistemas de silogismos, encadenados de una manera correcta, son necesarios para la comprensión de un mundo que tiene un trasfondo lógico. De ahí que se hable del logos del mundo, de su parte inteligible. De ahí también que, aun en los libros religiosos, que utilizan palabras sencillas para llegar a todo el mundo, dicen que fue «el Verbo, o sea, «la Palabra» aquello que despertó todas las cosas.


La razón concreta y cotidiana nos da la posibilidad de un conocimiento aproximado, ya que podemos medir, pesar y comparar. Un objeto es viejo comparado con otro más moderno, y nuevo comparado con otro más antiguo, o grande y pequeño siguiendo similar comparación. Sin embargo, algo no puede ser viejo y nuevo a la vez, o grande y pequeño al mismo tiempo, por lo que vemos que es preciso utilizar otra vía para poder entender el mundo y entendernos a nosotros mismos, y saber dónde está la verdad; por la vía cotidiana las cosas se nos esfuman, al carecer de cualidades reales. De ahí, ese tercer camino, el camino eminentemente filosófico a la manera clásica, de la mente pura y abstracta.


El cuarto camino es el de la realización a través de la mente concreta. Sería la posibilidad que tenemos de ensamblar y reunir las cosas materiales, manifestadas. Podemos trazar una serie de cálculos, de apreciaciones, y gracias a eso, podemos hacer negocios, escribir libros, conversar, basándonos en una comprensión de lo cuantitativo y evidente. La memoria nos permite recordar y nos ofrece esa pequeña conciencia de saber quién es cada uno de nosotros. Este es el cuarto camino de la realización.




El quinto camino es el de las emociones. Conocí a un viejo filósofo hindú, hace muchos años, que me decía que no se puede matar una emoción baja, un instinto, con la simple razón, sino que hay que transmutarla, y, de alguna manera, convertirla en una emoción elevada. Así pues, podemos elevar nuestras emociones. No hay que emocionarse solamente por una comida o una buena botella de vino, sino que también es necesario poder emocionarse con Wagner, con un cuadro, con una escultura, con el Partenón o con las pirámides. Hace falta, a veces, llorar en medio de la noche, pensando en los que tienen hambre o frío, y en los que tienen miedo.



Las emociones deben ser como los árboles. Deben levantarse verticales y abrirse hacia el cielo, en innúmeras manos, como las ramas de los árboles, en donde haya pájaros que canten y nidos que prometan nuevas primaveras. Este es el quinto camino de la realización: a través de la emoción, la emoción alta que se siente en presencia de una obra de arte o de nuestros seres queridos. Hay que elevar el alma, levantar el ánimo, tener emoción no solo para las cosas de abajo, sino también para las de arriba.

Todos los árboles necesitan raíces, pero las raíces se justifican por los troncos verticales y las ramas. Si los árboles no tuviesen troncos verticales y ramas, y pájaros, y frutos, y flores, ¿de qué nos servirían? Un árbol sería solamente un trozo de materia hundido en el suelo. Y estamos cansados de trozos de materia hundidos en el suelo



Queremos levantar nuestras emociones. Queremos volver a emocionarnos con la amistad, con el amor, con el heroísmo, con la lealtad. Queremos sentimientos de verdad, al estilo platónico, que sean capaces de darlo todo y no pedir nada. Ese sería el quinto camino.




El sexto camino de la realización es aquel que nos viene de la parte vital. De la sola observación de la vida podemos captar todo aquello que Dios nos ha dado en esta tierra.



Si miramos atentamente, si vemos cómo ha sido diseñado un pez, de qué manera vuelan las aves, sus formaciones en «V» (que fueron aplicadas en los aviones), que los pájaros utilizan desde hace millones de años porque cortan mejor el viento, comprenderemos la sabiduría que encierra la vida.



Antes de que los físicos descubrieran la capilaridad, la vida hizo subir la savia por los troncos de los árboles y por los tallos de las rosas, permitiéndonos tener flores y perfumes. La vida es lo que hace reír a los niños y pone paz en los ojos de los ancianos, porque saben –aquellos que son sabios– que la vida no comienza ni termina, sino que sigue, va más allá de la muerte y estaba también antes de nuestra cuna.


Este sería el sexto camino de la realización que, a través de la observación de la vida, así como del cumplimiento de sus leyes con rectitud, limpieza y orden, sin dañar a los demás, nos lleva a nuestra meta.


fragmentos de conferencia: Jorge Angel Livraga-1984-

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